A la búsqueda de los orígenes
La realizadora india, Deepa Mehta, es muy conocida y apreciada en el Festival de Cine de Valladolid, en donde ya estuvo presente en otras ediciones con algunas obras de su dilatada filmografía, como la conocida como Trilogía de los Elementos (Fuego, Tierra y Agua, de los años 1996, 1998 y 2005), Hijos de la medianoche, en el 2012, o Beeba Boys, en el anterior certamen. En esta ocasión, ha acudido a la Sección Oficial con una propuesta radical, concienciada y concienzuda, sobre las razones que llevan a determinados hombres hasta el extremo de abusar, agredir, violar y atacar físicamente de cualquier forma inimaginable a una mujer, a cualquier mujer. Estamos ante una idea que merece el aplauso, no por lo que pueda llevar de denuncia y recordatorio de lo que resulta una intolerable brutalidad, que también, sino por la excelente y original concepción de la realizadora de no centrarse en la muestra del execrable hecho, sino en indagar en el pasado de sus responsables, con la finalidad de intentar averiguar qué puede llevarles a semejantes tropelías. Como en muchos actos abominables de este podrido mundo, nos equivocamos cuando nos centramos únicamente en intentar proteger a las víctimas más propiciatorias, o persiguiendo ejemplarizar mediante castigos y penas inhumanas o denigrantes, olvidando lo más importante, descubrir las circunstancias que llevan a cometer los delitos, para trabajar en su desaparición desde su génesis. Muerto el perro, se acabó la rabia.
La película Anatomía de la violencia se basa en una historia real que, con títulos de crédito, se nos da a conocer al comienzo del filme: la agresión sexual en grupo a una joven de veintitrés años, en un autobús de Nueva Delhi, por parte de seis hombres, en el año 2012, que tras ser violada recibiendo una tremenda agresión física, fue tirada y abandonada en plena carretera. Y si a pesar de que la idea del guion, que acertadamente señala el título de la obra, es excelente, y se sale de la línea habitual de detenerse en el horror de los hechos, y quizá en sus consecuencias, pero no en sus orígenes, en la puesta en escena se ha tomado una decisión, que no convierte al largometraje en totalmente acertado en su resultado global.
Hablábamos de una decisión desacertada, y aunque parece que muy meditada, el elegir a seis jóvenes actores indios para interpretar a los culpables del acto delictivo, y esos seis actores aparecer en pantalla, en todo momento, con la edad en que se cometió el delito, independientemente de que en una escena determinada estén interpretando episodios que ocurrieron en su niñez, nos acaba desconcertando. Si con el primer personaje con el que observamos el juego nos parece una idea genial, con el segundo ya no tanto, y así sucesivamente, para acabar con un confusionismo que nos aleja de los hechos, e impide casi aflorar los sentimientos y congoja que debería estar produciéndonos lo observado. El confusionismo se va acrecentando a medida que avanza el filme, y llegan momentos en que no sabemos distinguir ni de cuál de los delincuentes estamos hablando, o en qué edad se hayan metidos. Y claro, como ya se ha adelantado, ello produce alejamiento de trama, personajes, intensidad de sentimientos, indiferencia ante lo que debería ser compresión, o acaso desprecio y odio.
Entre tanto, mientras seguimos confusamente los presentes y pasados de los aberrantes protagonistas masculinos, se intercalan, en varias escenas que se cierran, todas ellas, con el recurso cinematográfico del corte radical en negro, que sentimos como un hacha en nuestro propio cuello, la vida de la propia víctima, su alegría, sus estudios, su trabajo, sus padres, su novio, su felicidad…
Lo mejor de la película lo encontramos en el principio y en el final. En el principio, porque, sabiendo que puede sonar a incongruente, lo que hemos señalado como error de puesta en escena, en la primera de ellas te deja pegada y atónita al asiento, un recurso que asemeja impactante, y aunque teatral, resulta más veraz y terrorífico que la realidad misma. Repetimos, con el paso de los minutos, la percepción cambia, produciendo las sensaciones ya detalladas anteriormente de desbarajuste. Y en cuanto a la terminación, incluimos tanto el colofón final como el epílogo; el final, cuando nos llegamos a horrorizar al detectar la indiferencia que puede causar en el ánimo el cambio entre ocupar tu tiempo “entreteniéndote” con el dolor de otro ser humano, jugando una partida de bolos, o echando un vistazo a algún vídeo en el móvil; y sobre el epílogo, la angustia que nos produce las reacciones que, sí, todavía siguen existiendo, sobre la “eventual” propia culpabilidad de las féminas, por no mantenerse “decentes” en costumbres, vestimenta o conducta. Y ya, para dejarnos reventados, con el añadido de las declaraciones de uno de los culpables, sobre la conformidad ante los hechos ya realizados, imposibles de modificar. Y nos sabe mal, pero dejamos pasar esta ocasión para volver a rechazar, por cruel, inhumana, salvaje, inútil, despreciable, irreversible, vengativa y amoral, la pena capital. Ya volveremos recurrentemente, en otras oportunidades a la condena continua en que siga existiendo su aplicación. Por cierto, todos, o casi todos, se han escandalizado, al menos en Europa y en la mayor parte del planeta, del resultado de las últimas elecciones estadounidenses para nuevo presidente de la nación, pero pocos se han detenido en la circunstancia de que en California, en la rica, moderna y avanzada California, se ha vuelto a votar a favor de mantener la pena capital. Más de setecientos seres humanos están esperando en la actualidad su turno, en el llamado corredor de la muerte.
El filme está rodado por Deepa Mehta con una cámara ágil, muy movible, con una puesta en escena feísta, absolutamente acorde con los ambientes en donde se desarrolla. Es una película valiente, que quizá tomó alguna decisión de partida desafortunada, pero que merece un gran elogio por intentar o insistir en constatar en que los grandes males de este mundo que estamos empeñados en destruir, provienen de la falta de cultura o educación, generalmente derivada de la pobreza. Los problemas psicológicos que lo anterior puede generar son eso, consecuencias terribles de vidas a los que no les hemos buscado salida alguna, responsabilidad, fundamentalmente, de los gobernantes, de los que mandan, y de paso, ya puestos, de los que les votan para que tengan esa oportunidad. Porque pedir o exigir alguna culpabilidad a los progenitores de muchos criminales, por lo menos en los casos reflejados en la obra, y en muchos otros, sería caer en saco roto. Por cierto, un día averiguaremos exactamente qué formación reciben los licenciados en derecho o futuros ejercientes de la abogacía en la India, y no estamos hablando del derecho de defensa, al que, por supuesto, nos aferramos a toda costa, sino a la banalidad a la que al parecer se le da al concepto.
Tráiler:
[…] de elegir su propio destino, en un mundo de castas en una región del Himalaya. En la segunda, Anatomía de la violencia (Anatomy of Violence), de la realizadora Deepa Mehta, nos horrorizamos con la brutalidad que se […]