El nuevo superventas anual
Tal vez Woody Allen debería replantearse la “obligación” de realizar una nueva película anualmente, y tomarse un espacio en su dilatada y continua carrera cinematográfica, para dejar un tiempo al descanso o la reflexión. Desconocemos si no le entretiene lo suficiente cualquier otra ocupación, no conoce otra forma de vida que fabricar largometrajes con una periodicidad determinada, o pretende batir algún tipo de récord, pero es posible que a fuerza de no caer en el tedio él mismo, ya imaginamos que por cuestiones económicas no se tratará, nos va produciendo en los últimos años, a los en otro tiempo incondicionales a su trabajo, una sensación de dejar estar, de indiferencia, y hasta de hastío. No vamos a ser nosotros, desde luego que no, los que neguemos los indudables momentos de gloria que nos ha dejado el realizador neoyorquino en la memoria, a lo largo de las últimas décadas, esas frases inolvidables que aprovechando el efluvio de su último estreno muchos se han empeñado precisamente en que desempolvemos, esas obsesiones que permanecen en su persona, sin desaparecer con la entrada en la madurez, como la inseguridad, la religión judía, los trastornos emocionales, las inquietudes existenciales en torno al sentido de la vida y su destino: Annie Hall (1978), Manhattan (1979), Hannah y sus hermanas (Hannah and Her Sisters, 1986), Maridos y mujeres (Husbands and Wives, 1992), Desmontando a Harry (Deconstructing Harry, 1997), Match Point (2005), El sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream, 2007), y tantas y tantas otras.
Sin embargo, algunas de sus últimas entregas, entre las que se encuentran A Roma con amor (To Rome with love, 2012) o Magia a la luz de la luna (Magic in the Moonlight, 2014), sin olvidarnos de la penúltima obra, pretendidamente profunda pero a la postre insustancial, Irrational Man (2015), nos están dejando un sabor de trabajo precipitado en exceso, descuidado y absolutamente prescindible. Hay ciertos críticos que se escudan en la siempre mejor calidad de los filmes de Woody Allen en relación con la mayoría de las obras que llegan a nuestras salas de cine, para seguir otorgándole un valor elevado a los nuevos trabajos del realizador estadounidense. Sin embargo, no podemos ni queremos acoger la referida tesis, ni por la edad del director (que no debe ser en ningún caso excusa, sobran argumentos), ni por la calidad de los proyectos cinematográficos que se están realizando y/o distribuyendo en la actualidad, en muchos casos obras muy atractivas, sorprendentes y muy fascinantes, ni, por último, porque estamos hablando del gran Woody Allen, uno de los realizadores de cine más importantes, personales e influyentes, que hasta el momento nos ha dejado la historia de este arte, por lo que tiene de añadido en exigencia al autor.
En esta ocasión, con dos historias paralelas que terminan confluyendo, desarrolladas en las ciudades de Los Angeles y New York en la década de los años treinta del siglo pasado, en una mezcla histriónica de amores y desamores, pasiones, mundo glamuroso de los artistas de Hollywood, delictivo de la mafia neoyorquina, y ocioso de la alta sociedad. Historias paralelas que se unen, en una puesta en escena que destaca por su ligereza, con una música de jazz superficial y una voz en off, un narrador interpretado por el mismo Allen, que terminan haciéndose omnipresentes y agobiantes hasta acabar convirtiendo al final del filme en un momento deseado de silencio y quietud. Woody Allen da la impresión, esperemos que no, haber olvidado que el cine se compone de muchos elementos, y no únicamente de la palabra, del diálogo, que en Café Society no cesa, tensa y agota, hasta terminar verbalizando banalidades que ya no sorprenden y, repetimos, cansan.
Tristemente, el otro apoyo de la película, además del lenguaje y la música, es la fotografía, una fotografía digital exagerada en su brillante colorido, en sus tonos sepia, en sus recursos al dorado…Creemos que extralimitarse en cualquier aspecto que compone la obra cinematográfico sin encontrar motivo alguno que lo justifique, parece un recurso propio de principiante, para intentar impactar de alguna forma al espectador.
¿Y qué nos cuenta el largometraje? Pues nada que interese demasiado, que resulte novedoso, que no sea previsible. ¿Alguien entre el público ha dejado de percatarse de que la carta de Valentino no iba a tener consecuencias en la trama? Por otra parte, el ritmo del guion no parece tampoco excesivamente conseguido, al que no le ayuda la voz de narrador, acelerándose en ocasiones, como los momentos iniciales, o demorándose la escena hasta la impaciencia, como la del protagonista y la prostituta. Además, lo narrado termina en atraer bien poco, por el ambiente en el que se hace, con esa música superficial que igual nos sirve para dar un beso, como para asesinar a una persona, con muchos personajes de relleno y poco perfilados.
Ya que hablamos de personajes, el protagonista, Bobby Dorfman, está representado por el actor Jesse Eisenberg, y si bien ya no nos emocionó en la última actuación que tuvimos ocasión de ver del mismo, en el filme noruego de Joachim Trier, El amor es más fuerte que las bombas (Louder than bombs, 2015), en esta ocasión, además, juega en su contra el intentar encarnar una especie de combinación del propio Allen con el Humphrey Bogart de Casablanca, y el resultado se nos antoja poco acertado. En cuanto a la protagonista femenina, Vonnie, está representada por Kristen Stewart, atractivo y solvente retrato de una joven en la coyuntura de una elección que marcará su existencia futura, aguantando con soltura primeros planos, pero abusando de escasa expresividad.
En fin, la experiencia de acudir al último estreno de Woody Allen, lamentablemente, ha resultado un disgusto, de quien nos ha dado mucho y del que, por supuesto, esperábamos algo que nos pareciera menos mediocre. Lo mejor que podemos hacer es dedicar las próximas horas, para visionar, nuevamente, por ejemplo, la trilogía londinense del realizador. No encontramos mejor forma para levantar el ánimo y pasar unos momentos memorables.
Tráiler:
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‘El sueño de casandra’ y ‘desmontando a Harry’ mejor que esta? Para nada. Esta es una película que nos devuelve al woody allen de «historias de la radio» o «balas sobre brodway» y deja un muy buen sabor de boca por su extraordinaria calidad. De acuerdo que transita por los caminos trillados por los que ya ha transitado mil veces. ¿Y qué? Que siempre hace lo mismo, pues vale. También ‘Match Point’ se parece muchísimo a ‘Delitos y Faltas’ y ambas son buenísimas.