Manipulemos también los robos
El director español, Daniel Calparsoro, ha estrenado su última película, un thriller, en la que desarrolla el atraco a la sede central de un banco en Valencia. El film se inicia con un plano cenital de la ciudad, y la cámara se va acercando al taxi en donde la directora del establecimiento se dirige a su puesto de trabajo, con la incertidumbre de si estará incluida en la próxima lista de despedidos de la empresa, y mientras sobre la urbe va cayendo el diluvio universal, llámese ahora gota fría.
El propio título del largometraje ya nos pone en alerta y nos muestra de forma clara la posición abiertamente subjetiva en que se coloca el realizador de la obra, frente a la legitimidad u oportunidad de la comisión de un delito de robo con violencia, con amenazas, detenciones ilegales y fuerza y daño en las cosas. Pero por mucho que Calparsoro se esfuerce en mostrarnos, a través de un montaje y un guion un tanto descuidados, poco pulidos y ásperos, el gran sacrificio que están ofreciendo en beneficio de la humanidad esos criminales duros, agresivos e implacables, al intentar destapar a políticos corruptos, y ya de paso enriquecerse personalmente un poco, decimos, aunque el realizador lo intente desde el mismo título, no consigue que caigamos en la trampa. Pero ¿quien roba a quien? Los políticos, según nos muestra la triste realidad cada día, siempre que pueden, pero los ladrones, en todo momento, es su oficio, no el de carpintero, empleados de una gasolinera o dependientes de grandes almacenes. Y en la película, estamos hablando de unos criminales con antecedentes, de violencia descomunal, hipócritas y desleales incluso con sus propios compañeros, que además de sacarle los colores a algún político, solo un poquito, se están dedicando a saquear y apropiarse de los ahorros o reliquias familiares de algunas o muchas familias y ciudadanos que no creen en la bolsa, ni en los productos tóxicos, y que a lo mejor prefieren que un edificio seguro y vigilado custodie en sus cajas de seguridad aquello que puede que les haya costado mucho esfuerzo y sudores conseguir, o aquellos objetos que terminan siendo los únicos que con nostalgia hacen que permanezcan en nuestro recuerdo aquellos antepasados que ya no están con nosotros. Y también puede haber algún disco duro, claro que sí, donde se haya dejado constancia de la contabilidad B de un partido político, o de las comisiones que hemos ido cobrando a lo largo de los años por adjudicaciones de obras públicas, que nunca se sabe lo que nos puede deparar el futuro.
Daniel Calparsoro, con ayuda de su guionista, Jorge Guerricaechevarría, parece que confunde churras con merinas, y hace un revoltijo, metiendo en una misma cesta a políticos y empresarios corruptos con ahorradores y trabajadores que han intentado salvar lo más preciado para ellos, es probable, en donde piensan que va a estar más seguro, en la caja de seguridad de una entidad bancaria. La historia va cogiendo de aquí y de allá, un poquito de aquel tesorero del partido que se llevaba el dinero negro en maletines a paraísos fiscales, otro poco de cargos públicos que aprovechaban sus puestos para pagarse caprichos personales, algo de policías corruptos y servicios de inteligencia al mando de quien ostenta el poder en ese momento, un breve asomo de las prácticas malsanas de los bancos ante el pago de hipotecas, y ya tenemos un producto a presentar al consumidor, que poco exigente, hasta puede que se regodee con las peripecias de nuestros héroes atracadores.
Los personajes se perfilan prácticamente estereotipados: la directora del banco cínica, sin escrúpulos ni límites, el pobre desgraciado que lleva años, décadas, trabajando en la entidad, y se juega el pellejo tocando el timbre de alarma, la jovencita, pobre, que no puede pagar la mensualidad de la hipoteca, que le parece una injusticia que se tenga que iniciar el proceso de ejecución que probablemente culminará en desahucio, pero que no tiene casi ningún reparo en abrir sus bolsillos, u otras partes de su cuerpo, cuando se presenta la ocasión, el atracador inteligente, con verborrea, manipulador, con el mando asumido consciente o inconscientemente, el ladrón corto de luces, de aparentes buenos sentimientos, que tiene que justificar sus acciones constantemente…
Ya hemos dicho que la puesta en escena de la película nos ha parecido un tanto desabrida, precipitada, con desajustes en el ritmo, y con el desacierto añadido de deshabilitar demasiado pronto aquello cuyo contenido podría haber producido mayor morbo. Con una apariencia formal de thriller social y hasta popularmente oportuno, no alcanza la brillantez que sí creemos que consiguió la película de Dani de la Torre, El desconocido (2015), en aquella ocasión por tierras gallegas, con una tensión continua que arranca desde el primer fotograma y acaba en el último, y en donde la intriga llega a lograr, en su transfondo social, la denuncia de ciertos desmanes cometidos por la banca, largometraje que creemos fue ninguneado injustamente en los últimos premios Goya.
Las interpretaciones están en consonancia con el papel agresivo y violento de los atracadores, el estado aterrorizado de los rehenes, y la preocupación creciente que va asaltando a los políticos y funcionarios implicados. Con la participación de buenos y expertos actores en este tipo de interpretaciones, como Luis Tosar, Rodrigo de la Serna, Raúl Arévalo o José Coronado, se hubiera agradecido una mejor dicción, y una máscara de otras características o con menos protagonismo para poder apreciar en mayor detalle las actuaciones. La presencia femenina en el reparto es casi inexistente, pero nos ha atraído muy favorablemente la actuación de Patricia Vico, a quien conocíamos muy poco, a pesar de su larga trayectoria, al estar más centrada en series de televisión. En una interpretación tensa, difícil como directora de la sucursal bancaria, sabe mostrar registros diversos que van marcando admirablemente a su personaje.
La película termina con el movimiento inverso al de su inicio, con la cámara dirigiéndose desde una calle de Valencia, desde una salida del metro hasta elevarse a los tejados de la ciudad, al cielo ya sin lluvia, como queriendo determinar que la limpieza de las cloacas sucias del poder ya ha sido culminada, o al menos iniciada.
Tráiler:
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