CORAZÓN GIGANTE

Gordura y marginalidad

Título original: Fúsi (Virgin Mountain) Nacionalidad: Islandia Año de producción:  2015 Dirección: Dagur Kári Guion:  Dagur Kári Producción: Nimbus Film Productions/RVK Studios Fotografía: Rasmus Videbæk Música: Karsten Fundal Reparto: Gunnar Jónsson. Ilmur Kristjándsdóttir. Sigurjón Kjartansson. Margrét Helga Jóhannsdóttir. Arnar Jónsson. Franziska Una Dagsdóttir. Thórir Sæmundsson. Ari Matthíasson Duración: 94 min.El director Dagur Kári, con su cuarto largometraje, nos acerca a la historia de un hombre alrededor de la cuarentena, Fúsi (Gunnar Jónsson), obeso, que trabaja en un aeropuerto transportando equipajes de viajeros, vive con su madre, apenas se relaciona, y ocupa su tiempo libre construyendo y jugando con maquetas que reproducen famosos enfrentamientos bélicos mundiales. Nos encontramos ante una loable producción islandesa, que termina dejando un sabor agridulce. La película se presenta con una puesta en escena muy clásica, guion lineal, pocos movimientos de cámara, con estatismo tanto en el escaso desplazamiento de la misma cámara, como en el propio interior del campo focal. Se utiliza una iluminación muy fría y sombría, probablemente consecuencia ineludible del clima del país, y muestra interiores también sobrios, rellenados con lo imprescindible, exceptuando aficiones (maquetas o plantas). La fotografía recuerda a otra obra islandesa que también ha llegado recientemente a nuestras pantallas, y que, junto con Corazón Gigante, fue presentada en el último Festival de Valladolid. Nos referimos al interesante filme Rams (el Valle de los Carneros), de Grímur Hákonarson. Si esta última consiguió alzarse con la Espiga de Oro a la mejor película en su emocionante narración de las relaciones humanas y su vínculo con el entorno, la de Dagur Kári obtuvo el galardón al mejor actor por la interpretación de Gunnar Jónsson, del protagonista de esta obra, Fúsi, un melancólico papel escrito por el director expresamente para el actor, que por cierto también interviene, esta vez en una interpretación de menor importancia, en la película vencedora.
Corazón gigante Es probable que en el imaginario colectivo, el nombre de Islandia nos lleve a soñar con un lugar magnético, gélido pero espectacular, tremendamente desarrollado social y económicamente; pero ni sus filmes, ni los recientes acontecimientos a cuenta de la crisis económica global, que llevaron al país a la bancarrota, y a algún que otro dirigente a la cárcel, parecen confirmar dichos imaginarios. Paisajes naturales y artificiales se muestran desangelados, humildes e impersonales.
Resulta paradójico y significativo, pero si estamos ante una película en donde todos son malos, muy malos, no nos impresiona y hasta nos la creemos, y en un largometraje en que el protagonista es bueno, muy bueno, nos deja dubitativos, y poco complacientes con tantos sentimientos y acciones altruistas y espléndidas. Como leí hace algunos días de un humorista gráfico en un periódico nacional, -Cuando hay que solidarizarse, yo me solidarizo-, y a la pregunta de -¿ Y qué más haces?-, viene la respuesta de -¿No te parece suficiente?- Asemeja que la filosofía vital de nuestro héroe, Fúsi, no es precisamente la que se desprende de la conversación anterior.
Corazón giganteLo que menos atrae del filme es esa pretendida y buscada identificación de la bondad con la disfuncionalidad física, vamos, con la gordura, con la extrema obesidad, dando mucho menos importancia a una madre posesiva, a una timidez, no sabemos si innata o adquirida, y a una infantilidad en aficiones, que no es ajeno a los divertimientos y pasatiempos de algunos ciudadanos estadounidenses, y de individuos de algunas otras latitudes. Lo que termina interesando más e inquietando en gran medida de la obra no es ese bonachón que cualquiera, con dos dedos de frente, intentaría que permaneciera a su alrededor el mayor tiempo posible (no nos estamos refiriendo a la madre), sino esos otros personajes, esos maltratadores adultos, la mayoría, más crueles que los niños en su inocencia, violentos y soberbios, creyéndose superiores porque beben menos leche o toman menos tazones de cereales.
Corazón giganteLo mejor de la película y lo más desagradable, en lo que nos toca, es ese retrato de una sociedad enferma, que a las primeras de cambio y sin fundamento alguno, sospecha e inculpa al diferente, al que no logra ocultar frente a los demás sus vicios, delitos o debilidades (léase sobrealimentación versus drogadicción o abusos sexuales, y no precisamente por ese orden). Resulta paradójico que los únicos individuos que no maltratan física o psíquicamente a nuestro gran protagonista, a Fúsi, sea el amigo de aficiones y sobretodo, por lo que resultan de excluidos, los inmigrantes, aquellos, que, por supuesto, están trabajando en lo que nadie le interesa, en recoger la basura del resto de los ciudadanos, y que no recurren a depresiones para librarse de la faena, esa enfermedad que en la película es calificada por un operario como “auto-compasión, unida con pereza”.
Corazón giganteEl largometraje sobrecoge por mostrar una soledad, no ya sobrevenida o buscada, sino aceptada como único medio para enfrentarse a un mundo que no nos acepta porque no somos como la mayoría, esto es, no estamos adocenados en aficiones, léase por ejemplo fútbol, no ocupamos nuestro tiempo libre como casi todos, léase viendo la televisión o bebiendo cerveza en un pub mientras soltamos obscenidades varias, no presumimos de nuestros increíbles logros en materia sexual, y además, tenemos la mala suerte de poseer un físico diferente al estándar dominante. Estamos hablando de la peor de las soledades, aquella que no intenta salir de la monotonía diaria o semanal, por la primordial razón de que pensamos que no vamos a ser aceptados en ningún lugar, ni en los alrededores, ni atravesando miles de kilómetros. Con quietud, los desayunos se van sucediendo, las cenas de los viernes en el restaurante tailandés, las recurrentes batallas con el amigo de aficiones, las jornadas laborales en el aeropuerto…Resulta curioso y hasta antiguo, que para salir de la rutina e intentar conocer a otras personas, se recurra a la vieja estrategia de las clases de baile, cuando el universo de internet ya casi no deja margen, en su magnitud, ni siquiera para las relaciones directas.
El actor Gunnar Jónsson logra crear un personaje que se hace querer en su inocencia, en su dulzura y generosidad, en sus desprendidas acciones sin esperar nada a cambio, reaccionando con docilidad cuando es vilipendiado y desdeñado. Con esos movimientos torpes, inexpresividad de facciones, o más bien tristeza perenne, consigue que le queramos, y que sintamos como propios los desatinos que debe ir atravesando. Llegamos junto a Fúsi hasta el final del filme, aunque no nos creamos esa última imagen que pretende impregnar algo de esperanza entre tantos desapacibles personajes y glacial ambiente. Nos hemos tomado la molestia de llamar a varias compañías aéreas para que nos confirmaran el límite máximo de peso corporal que admiten por asiento, pero no hemos tenido suerte: o no estaban operativos, o contestaba una máquina con voz más o menos humana, te preguntaba la razón de tu llamada, y luego, como un “Siri” cualquiera, era incapaz de entenderte.

Tráiler:

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