Sobre el absurdo

La primera impresión que logra conformar este largometraje es que nos encontramos ante una película extraña. Pero ello solo puede suceder si se contempla sin referentes previos. Con una estructura circular, su autor, Sergei Loznitsa, compone doce episodios deslavazados, sin personajes comunes ni desarrollo argumental específico que los conecte. Pero eso es lo aparente. Pura falacia.
En primer término, saber quién es el realizador, su filmografía y compromiso, ya nos va a dar muchas pistas. Sergei Loznitsa es un director ucraniano, conocido especialmente por sus documentales. Entre los mismos se encuentra Maidan (2014). El título coincide con el nombre de la plaza de Kiev, lugar en el que se produjo un movimiento de revueltas ciudadanas contra el gobierno prorruso de Viktor Yanukóvich, desarrollado a finales de 2013 y en los primeros meses de 2014. En ciento treinta minutos, el autor ucraniano registró los acontecimientos. Su montaje se cimentó en grandes planos generales fijos. También con tomas sin corte alguno de larga duración. Las protestas acabaron, además de con el gobierno de Yanukóvich, con la vida de decenas de personas. Los sucesos desembocaron también en la ocupación por parte de Rusia de la región ucraniana de Crimea y en la elección como presidente del magnate y nacionalista Petró Poroshenko.

Otra de las claves que puede acercarnos a lo que quiere mostrar el filme es su fecha de realización (2018) y la circunstancia de que entre los organismos que han contribuido a su financiación se encuentra el actual gobierno ucraniano. Continúa (o continuaba, siendo más precisos), dirigido por Poroshenko, partidario de la defensa a ultranza de la lengua, costumbres e integridad territorial de Ucrania, frente la amenaza soviética. No obstante, apenas hace unos días que en las nuevas elecciones presidenciales ha resultado elegido Volodymyr Zelensky, un humorista sin ninguna experiencia política previa. Al parecer, la mayoría de la población, cansada ya de tanta corruptela y promesas incumplidas, se ha inclinado por otorgar el poder a un cómico, un actor que era conocido por un programa televisivo, en el que, paradójicamente, llegaba en la ficción a ser presidente.
Y los últimos elementos que pueden terminar de situarnos en el sitio y circunstancias del filme son los lugares en los que se desarrolla. Cada uno de sus episodios se ocupa en introducir mediante títulos de crédito dichos sitios. Y todos transcurren en la Ucrania oriental ocupada. Dos regiones, Donestk y Luygansk, que se autodeclararon independientes tras los sucesos y consecuencias que llevaron consigo los acontecimientos de Maidan. Y ambos territorios se llamaron conjuntamente como el título del largometraje de Loznitsa, Donbass.

Con tales antecedentes, podemos entrar de lleno en lo que nos muestra Sergei Loznitsa en su película y cómo lo hace. Con un “humor negro” (término que nos exaspera especialmente), en un tono de falso sainete navegamos entre la extrañeza, la incredulidad y el horror. La sátira y el sarcasmo le sirve al director ucraniano para reflexionar y dar a conocer la tragedia que está ocurriendo en su país, aunque casi todo el mundo prefiera olvidarlo. Rusia, por sus ansias expansionistas en la zona y Europa Occidental, por su cortesía y atención habitual hacia los poderosos, léase la citada Rusia en este caso, no vaya a enojarse por tomas de postura y acciones concretas que no le agrade al gigante del este europeo.
Las historias narradas son histriónicas, xenófobas, racistas, bélicas, violentas y delirantes. Y transcurren siempre en esa Ucrania oriental, por ciudades, campos de batalla o dependencias civiles, militares o paramilitares. También en refugios en los que se esconden hacinadas algunas de las víctimas de esa ristras de desatinos que se observan con desagrado e irritación. Sergei Loznitsa se ha convertido, si no en el rey, sí en el príncipe del plano secuencia. Y da fe de ello en este largometraje, premiado por Cannes en su sección Un Certain Regard.

Observamos atónitos como fuerzas que se suponen militares expropian el coche de un ciudadano cualquiera porque sí, por la causa de esa “Pequeña Rusia” que algunos pretenden consolidar; o una boda terrorífica, por hortera y bufa en la que no nos gustaría encontrarnos entre los invitados; o al apaleamiento, previo insultos y humillación extrema, de un hombre casi anciano, por ser considerado patriota ucraniano; o a la escena que quizás más impresione: ese largo travelling atravesando un zulo con demasiadas familias apiladas. Mientras parece que la vida continúa, se escuchan explosiones sin cesar, que no se corresponden precisamente a fuegos artificiales. ¿Qué está pasando? Pues lo que sucede no es más ni menos que una guerra que la comunidad internacional prefiere mantener en la recámara. Mientras tanto, quienes la sufren, combaten y la padecen, los ciudadanos implicados activa o pasivamente, andan marcados, confundidos, engañados y hasta adoctrinados. Unos habitantes, los de Ucrania en su conjunto, que apenas consiguen ganar lo suficiente para pagar el gas, que son conscientes del saqueo de sus dirigentes y que resisten bajo la permanente amenaza de los vecinos del este. ¿Y qué termina elaborando Loznitsa con todo ese inflamado material? Pues una película absurda, como las noticias falsas que abren el filme, como el propio conflicto, como la vida misma. Esa que continúa aunque una bomba estalle a pocos metros de nuestro automóvil. Esa que va creciendo en dosis de odio y ganas de revancha mes a mes, año a año. Y ya llevamos así más de cuatro. Con falsedades, escalada armamentística y mentalidades cada vez repletas de mayor intransigencia y odio. Un panorama que ya ha dejado demasiados cadáveres en el camino.
La lucha por el control del territorio ucraniano viene de lejos. La pretensión de mantener la identidad propia por lengua y cultura en una tierra especialmente fértil y en una posición geopolítica demasiado interesante, está resultando excesivamente ardua frente a vecinos muy ambiciosos y poderosos. Loznitsa, con su estrambótico largometraje, intenta aportar su grano de arena contra el olvido, optando por el lado grotesco de la catástrofe. Mucho nos tememos de que a pesar de intentos tan loables como el del director ucraniano, el lado salvaje y avaricioso del ser humano seguirá campando por aquellos lugares que mayor aliciente le suscite.
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