Sálvese quien pueda
En El bar, última película de Álex de la Iglesia, nos ha parecido reencontrarnos con la propia esencia del realizador vasco, aquella que se muestra en obras como La comunidad (2000), profundamente esperpéntica, y con un humor negro que no huye de la violencia explícita. Afortunadamente, la calidad del filme se encuentra muy por encima del poco acertado penúltimo largometraje del director, Mi gran noche (2015), desatinada y cargante parodia de los programas de televisión de Nochevieja, filme que conseguimos soportar completo a duras penas. Sin embargo, aunque nos encontramos ahora ante una obra muy notable, se sitúa lejos de la excelencia alcanzada en la que consideramos su mejor película, Balada triste de trompeta (2010), inolvidable ejercicio agridulce cuya principal virtud consiste en la combinación de géneros diversos, hasta alcanzar un universo histórico, tierno, terrorífico y no exento de humor sombrío.
En El bar, El Amparo, para más señas, ya sabíamos que el director se iba a acercar y jugar con la idea central de la película de Luis Buñuel, El ángel exterminador (1962), esto es, un grupo humano incapaz de abandonar el lugar en donde se encuentra. Pero si en el caso de Buñuel nos situábamos en una mansión llena de gente de la alta sociedad, reunida en una fiesta, en el de Álex de la Iglesia el lugar de confluencia corresponde a un bar, ciertamente cutre de Madrid, en donde un día coinciden a la hora del desayuno, un grupo heterogéneo de personas, entre ellos, algunos clientes habituales. Y si en el filme del realizador aragonés, se desconocía por el espectador las causas que impedían el abandono del lugar, y ni siquiera se llegan a despejar, no era eso precisamente lo que le interesaba mostrar a Buñuel, la obra del realizador vasco se desarrolla y acaba situándose en un punto muy diferente. De la Iglesia, por el contrario, sí que nos exhibe la posible causa o el origen de la incapacidad de abandonar el local. Y para los que creemos no pecar de inocencia, y estamos convencidos de la inclinación hacia la maldad de la naturaleza humana, encontramos muy sustentada y verosímil el arranque y transcurso de acontecimientos. El director, y su co-guionista, Jorge Guerricaechevarría, juegan sus cartas con oficio, imaginación, originalidad, e incluso, como ya decimos, credibilidad.
Todos los tipos o caracteres reunidos al azar en el bar El Amparo, están perfectamente definidos y significados en sus correspondientes estereotipos. Contamos con Elena, una joven de nivel social que no se corresponde con la idiosincracia del establecimiento, y que aterriza en él de casualidad (interpretada por Blanca Suárez). Junto a ella, también se encuentra Trini, una mujer de edad madura, ludópata y fracasada (Carmen Machi). No falta tampoco el joven explotado laboralmente, Nacho, que presume de logros que acaso no sean tales, y que todavía alberga aspiraciones futuras (Mario Casas), o el vendedor ambulante o comercial, Sergio, con productos poco trasparentes socialmente, o más bien utilizaríamos el antónimo para definir sus artículos, el de situarse en la opacidad (Alejandro Awada). Y también debemos añadir a la lista al camarero Sátur (Secun de la Rosa), ese entrañable sujeto que sonríe aunque no le apetezca, que da conversación y se interesa por la vida de los clientes, y que ha gastado su existencia sirviendo cortado tras cortado. Y no se nos olvida la “bruja” de la dueña, de Amparo (Terele Pávez), que presume de limpieza porque utiliza lejía para fregar su establecimiento, además de ser experta en el uso de la “mala leche”; o el ex-profesional del mantenimiento del orden público, Andrés, ya maltrecho en su vida familiar y profesional (Joaquín Climent). Y ante todos ellos, se erige prácticamente como protagonista Israel, el mendigo (Jaime Ordóñez), único estereotipo que vemos exagerado en el perfil mostrado, evolución y sus resultados.
Una de las principales virtudes del filme es el impacto que consigue ir produciendo en el espectador, aunque lo habría hecho más profundamente y de un modo redondo si se hubieran acortado ciertas escenas, en especial nos referimos a las situadas en las cloacas. Álex de la Iglesia alcanza, en esa experiencia límite en la que se encuentran sus protagonistas, que salga lo peor de cada uno de ellos (o incluso, paradójicamente lo mejor, en algún determinado momento del largometraje, que no vamos a desvelar aquí). El yo, yo y yo, nuestra propia supervivencia e interés, no se nos oculta que ya se impone en situaciones normales de la existencia (léase el recurso a apoyos digamos ilícitos, para conseguir ciertos logros, o el uso abusivo de fondos públicos cuando están a nuestra alcance, entre los múltiples ejemplos que podríamos encontrar). Si, como ya decimos, el egoísmo prima en acontecimientos corrientes, imagínense ustedes en momentos límite y extraordinarios. La patética imagen que somos capaz de mostrar de nosotros mismos, el realizador lo sabe, y lo refleja como nadie en su bar. Por otra parte, también nos ha interesado el espejo que logra hacerse sobre lo que pueden dar de sí esos lances insólitos, en lo referente a ciertos detalles muy personales, confidencias varias que salen a la luz, y que hasta dicha fecha no se habían compartido ni con el mejor amigo o la pareja estable de larga duración.
Todo lo anterior, cinematográficamente, está mostrado con una cámara, que tras el nervioso y largo (excelente, por cierto), travelling inicial, continúa enseñándonos las imágenes de manera muy inquieta, con un ritmo vertiginoso, sin querer perderse detalle alguno, y recurriendo a la utilización de formato cómic, en el retrato de las expresiones de esos seres encerrados en su microcosmos, y que van saltando de sorpresa en sorpresa, cada vez más alucinante. El horror que inevitablemente va a ir destapando el rumbo de los sucesos, está evidenciado de forma impecable por las formas de adopción de las diversas tomas, así como por la propia actuación de las actrices y actores, en ellas retratadas.
Estamos ante una obra muy loable, que debe verse buscando lo que creemos que pretende reflejar: una muestra del universo de su director, ese mundo violento, costumbrista, asfixiante, ácido, y que roza la ciencia ficción. Toda ella atrapa y encoge, además de hacernos reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra naturaleza, a lo largo de casi todo su metraje. Y no queremos, ni deseamos, al menos nosotros no lo hemos percibido así, que el asunto vaya de “buenos y malos”, porque entonces, sí que no hemos entendido nada. Y ya acabando, disfruten de la escena final, que les avisamos, no tiene desperdicio.
Tráiler:
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