EL JOVEN AHMED

Fanatismo adolescente

Título original: Le Jeune Ahmed Nacionalidad: Bélgica Año de producción:  2019 Dirección: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne Guion: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne Producción: Centre du Cinéma et de l'Audiovisuel de la Fédération Wallonie-Bruxelles / Les Films Du Fleuve Fotografía: Benoît Dervaux Sonido: Jean-Pierre Duret, Julien Sicart Montaje: Marie-Hélène Dozo, Tristan Meunier Reparto: Idir Ben Addi, Olivier Bonnaud, Myriem Akheddiou, Victoria Bluck, Claire Bodson, Othmane Moumen  Duración: 84 min.

Ahmed es un chico de trece años. Vive en Bélgica junto con su madre y hermanos. Al parecer, en unos pocos meses ha cambiado de forma drástica. Si antes era un chaval ocupado en sus estudios y aficionado a los entretenimientos de la edad, por ejemplo los videojuegos, en los últimos tiempos se ha radicalizado. Es musulmán y lo único que le interesa es rezar, visitar a su imán y leer el Corán, además de transmitirlo conforme a las convicciones que le están inculcando. Pero ni su familia ni su profesora aceptan de buen grado el cambio. A su madre le preocupa su comportamiento lleno de prejuicios y su nueva manera extremista de pensar que incluso intenta imponer a otros. Así, pretende que su progenitora no beba alcohol o que lleve velo. También que su hermana se vista de una forma más “recatada”. Igualmente aspira a que su profesora, Inés, enseñe el árabe de forma tradicional, esto es, con el Corán y no con cánticos. Es la única manera, según Ahmed y sus mentores, de preservar tanto la lengua como la religión, sin pérdida de raíces. 

Con El joven Ahmed, Jean-Pierre y Luc Dardenne nos regalan otra nueva obra que se mantiene fiel a la filmografía de los directores belgas. Cine social, naturalista, imágenes inquietas, sensación de cámara en mano, largas escenas, primeros planos, movimiento dentro de campo…Todo lo que parece improvisación se apoya en un largo y profundo trabajo de preparación. El tiempo y el cansancio no es óbice para intentar buscar la perfección aunque conlleve la repetición del rodaje de escenas las veces que sean necesarias. Y ese es el mérito que llevan acumulando tantos años como cineastas: hacer que parezca sencillo lo que no lo es, improvisado lo preparado, descuidado lo plenamente organizado.  

Los hermanos Dardenne, como también nos tienen acostumbrados, eligen en El joven Ahmed un único punto de vista narrativo, el de su protagonista. No hay plano sin que el adolescente falte en su composición y al espectador solo se le permite observar lo que el chico pueda ver. En la obra nos movemos en el mundo del islamismo más radical y los Dardenne se han documentado bien. Basta que se junten ingenuidad, inmadurez y deseos de alcanzar la fama (el paraíso en este caso) para que la cabeza de algunos menores se llenen de terroríficos pensamientos, muy alejados del respeto por las creencias y derechos ajenos. 

Los realizadores belgas han preferido situarse en la etapa vital del cambio de la niñez a la adolescencia, un momento de inseguridades y descubrimientos, un periodo en el que todo es posible, incluso desmarcarse de ese camino negro que empieza a trazarse. No ocurre así en la sugerente película Los caballos de Dios (Les chevaux de Dieu), realizada por el director marroquí Núbil Ayouch en 2012. Además de que el filme de los Dardenne se sitúa en Bélgica y el de Ayouch en Marruecos, en este último los elegidos para la gloria ya han atravesado esos años en los que los cambios ocurren con frecuencia. Con más de diecisiete o dieciocho, las transformaciones son muy complicadas. La toma de conciencia ya ha incubado odios o consignas y el trayecto hacia horizontes tenebrosos se presenta inamovible. 

El largometraje de Jean-Pierre y Luc Dardenne aprovecha para mostrar necedades varias para ojos civilizados. Pero los directores constatan, no juzgan. Así, la radicalidad, más si acoge la violencia, resulta infame, incluso enfermiza. Por ejemplo, observamos atónitos a nuestro protagonista lavarse las manos o la boca de manera convulsiva si considera que ha tocado o saboreado algún elemento que cree impuro. Y nos horrorizamos con la obsesión en imponer sus ideas porque sí, sin plantearse ninguna libertad de pensamiento o dudar de verdades absolutas. 

Aprovechando la ocasión, los realizadores nos muestran las condiciones de los centros de internamiento de menores en Bélgica. Unos establecimientos que son retratados con mirada amable. Así, se rodean a los pequeños conflictivos de profesionales varios: educadores, siquiatras, guardas o personas externas que colaboran en la tarea de la reinserción. Sí, se apuesta por la nueva inclusión de los menores en una sociedad en la que puedan convivir y desarrollarse. Todas las personas que intervienen en ese intento son caracterizados con cariño, en un trabajo en el que vuelcan toda la amabilidad, comprensión y consideración de las que son capaces. 

Ahmed está interpretado por el actor no profesional Idir Ben Addi. La actuación que realiza del joven musulmán resulta excelente. Su introspección se pasea en pantalla con naturalidad. Labra un personaje cerrado en sus convicciones, huidizo y arisco, hermético a cualquier intento de sociabilidad. Soporta de forma admirable que la cámara se regodee en su rostro sin que consigamos penetrar en su alma. Una contención de emociones que permite dibujar a un preadolescente manipulado en la intolerancia más extrema.   

El único “pero” que pondríamos al filme es su recorrido lineal, carente de demasiados altibajos y volcado hacia un final que se va percibiendo desde el inicio. Y cuando ese término quiebra, nos quedamos desconcertados y rumiando las razones del viraje de acontecimientos. Si ven la película, suponemos que también se lo cuestionarán una vez que tengan la oportunidad de contemplar la escena final. Tal y como han declarado los realizadores, encontrar un desenlace para su obra sin caer en el buenismo o la inverosimilitud se presentaba muy complicado. Eso es exactamente lo que hemos detectado. 

Los Dardenne continúan contando e interesándose por historias marginales, por seres desfavorecidos, por relatos de personas que no conocen fortuna alguna. Con su cámara siguen mostrando e intentando analizar desde sus orígenes, lo que contemplado a través del sentido común únicamente es posible condenar. Ahora le ha tocado al mundo yihadista, a esos musulmanes radicalizados y empeñados en imponer, caiga quien caiga, sus personales creencias. Seguiremos aplaudiendo la llegada de ese cine de corte casi documental, en su empeño en la observación de desigualdades y miserias desde lo más cercano que el espacio cinematográfico permita.

Tráiler:

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