Aparentes metas absurdas
El segundo largometraje de la directora de origen lituano, afincada en Francia, Alanté Kavaïté, resulta esperanzador para la plena normalización y una visualización que conlleve a la habitualidad del asunto del lesbianismo, ya que últimamente estamos observando la llegada a las pantallas de cine, con mucha mayor frecuencia, de películas que inciden y abordan el género, con naturalidad y sin otorgar mayor importancia hacia donde se inclinen las preferencias sexuales de las personas.Y dentro de este campo, asistimos la semana pasada al estreno en España de un filme francés, Un amor de verano (La belle saison, 2015), de la realizadora Catherine Corsini, y precisamente se estrena esta semana otro largometraje cuyo título traducido también ahonda en la estación más calurosa, igualmente centrado en relaciones lésbicas, pero esta vez abandonamos Francia y nos situamos en Lituania, con unas protagonistas un tanto más jóvenes, y consecuentemente, menos maduras y conscientes en menor medida de sus verdaderos anhelos e inquietudes.
La actriz principal, Sangailé, interpretada por Julija Steponaityte, es una joven de diecisiete años, a la que todavía le falta acabar un año de instituto, que pasa el verano en la casa de campo de sus padres, un círculo familiar que se muestra económicamente elevado y de formación cultural alta. Este mundo, mostrado con recreación en la belleza con una estética esplendorosa en su desnudez y naturalidad en fusión con la verde y frondosa naturaleza, contrasta con el de la otra protagonista, Auste, encarnada por Aiste Dirziute, otra joven que debe trabajar durante el periodo estival, y que vive con su madre en un bloque de apartamentos, aparentemente sin ascensor, en un ambiente exterior austero, e interior, que definiríamos, en el mejor de los casos, como barroco, a cuenta de las inclinaciones de Auste. La pasión de la primera, de Sangailé, se encuentra en la contemplación de vuelos acrobáticos, y la de la segunda, de Auste, en la costura, confección, y su posterior plasmación fotográfica.
Partiendo de este escenario, la directora lituana nos va mostrando el casual encuentro de ambos personajes, su posterior relación entre ambas y los amigos, los roces apenas intuidos con las familias respectivas, y en un transcurrir del tiempo en que apenas sucede nada más que exaltación de sentimientos y sensualidad, vamos disfrutando de una fotografía luminosa, una cámara que no pierde salida o puesta de sol, ni el reflejo de este último en campos o elementos acuáticos. Los planos generales y cenitales de las avionetas planeando, de los bosques, del resto de la naturaleza o de los edificios en donde residen las jóvenes, se combinan con primeros planos de las protagonistas, destacando, por la simetría en su belleza, y enorme naturalidad a lo que ayuda la aparente ausencia de maquillaje, de la actriz Julija Steponaityte, aunque también echamos de menos ciertos movimientos gestuales, frente a un hieratismo que se alarga durante todo el metraje.
Nos encontramos ante un guion, cuya autoría también se atribuye a la misma realizadora, Alanté Kavaïté, que poco da de sí, se retuerce sobre sí mismo, y está destinado a un objetivo, cuya búsqueda consideramos un tanto absurda: nos gusta la ópera, ¿por ello aspiramos a desarrollar una carrera profesional como tenores o sopranos?; somos aficionados a las carreras de fondo ¿debemos pretender correr una maratón en menos de dos horas y media, a poner por caso, si la biomecánica no nos acompaña, y en caso contrario, ahogarnos en la frustración?… Que cualquier espectáculo nos atraiga, no debe llevar consigo necesariamente el deseo de ejercitarlo, y mucho menos lleva aparejado que poseamos las condiciones físicas o psíquicas para ello. Porque en definitiva, estamos ante una historia de superación, cuya base fundamental se nos antoja bastante absurda.
No esperen demasiado del desarrollo o evolución de la trama, y los acontecimientos más relevantes, por el cambio o avance del destino, se produce en un largo elipsis, intercalado en la parte final. Por otra parte, como situamos la historia en la época actual (nada nos hace pensar lo contrario), nos llama poderosamente la atención la poca o prácticamente nula presencia de dispositivos móviles, tabletas y aparatos varios, que utilizamos para estar en cualquier sitio, excepto en el que, y con quien, nos ubicamos físicamente en el espacio.
El filme refleja de forma expresa el carácter retraído e inseguro de Sangailé, sus deficiencias y problemas psicológicos, aunque desearíamos una mayor profundidad en su origen y circunstancias. Por su lado, Auste pone el contrapunto en personalidad, con un carácter expresivo, alegre, desbordante y con inquietudes artísticas evidentes. En cualquier caso, estamos en una época vital, en una edad, donde los acontecimientos son novedosos, y cualquier experiencia o esfuerzo puede hacer girar el futuro 180 grados. Todo ello es mostrado con un ritmo lento, una cámara que se toma su tiempo en planos fijos, inmóviles, excepto las contadas escenas de sexo, en donde se recurre al montaje rápido para intentar sugerir y evitar mostrar, en máxima medida, y por supuesto, en las imágenes de exhibiciones aéreas.
La película se presentó en el Festival de Sundance, obteniendo el galardón al Mejor director, y también participó en La Berlinale, en la Sección Panorama, y termina dejándose ver con cierto agrado, sin que agote, pero salpicada con un sabor de insustancialidad que no ayuda a una máxima compenetración. Quizá la intención de la realizadora Alanté Kavaïté se termine comprendiendo en ese “Dream”, en ese sueño, que si se fijan, aparece en la escena final, aunque sigamos pensando que no hace falta ser director de cine para que te apasione este arte.
Tráiler:
[…] también francesas Un amor de verano (La Belle Saison, 2015), de Catherine Corsini, y El verano de Sangailé (Sangailé, 2015), de la directora lituana afincada en Francia, Alanté Kavaïté, y en esta […]