Complejidad en la sumisión
El viajante, la última obra del realizador iraní Asghar Farhadi, muy conocido por su largometraje Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011), se presentó en el último Festival de Cannes, obteniendo los galardones de Mejor Actor para Shahab Hosseini y el de Mejor Guion para el propio realizador, además de participar en la Sección Oficial del Festival de Valladolid. También ha sido elegida por Irán para representar a su país en los próximos Óscar, intentando la repetición del premio que ya obtuvo con el anterior filme citado del realizador, como Mejor película de habla no inglesa.
En esta ocasión, nos encontramos con un largometraje cinematográficamente muy solvente, que parte del título de la obra de teatro de Arthur Miller, Muerte de un viajante (Death of a Salesman), espectáculo que van a representar los actores que forman el matrimonio protagonista de la película, Emad y Rana. Se trata de una pareja joven, que en el inicio del largometraje deben abandonar a la carrera el edificio en donde habitan, ante el inminente riesgo de derrumbe. Ello les obliga a alquilar un apartamento, en donde un incidente trastocará su futuro para siempre. La película, desbordada de tonalidades, con luminosos colores que explotan en las imágenes ofrecidas de la representación teatral, se inclina por el género de suspense, tanto de acción como psicológico, jugando con la intriga hasta su conclusión.
Siempre que vemos una obra en que la situación de las mujeres la comprobamos como denigrante, nos sobrecoge la indignación, y hace que sea el asunto que más nos interese del filme, tanto en lo que pueda tener de condición de denuncia, como en lo que únicamente, por desgracia, pueda ser una simple exposición de la realidad, asumida y aceptada. La película nos sitúa en ambientes iraníes ciertamente acomodados, de nivel cultural bastante elevado, y sin embargo, pasan los años y se siguen produciendo, incluso en esos entornos, la sumisión y la opresión de la mujer, envuelta en una preocupación general, podríamos decir de estado, por mantenerse en alta estima su honestidad, su “adecuada” conducta moral y sexual. Estamos ante una sociedad dominada por el varón, que además de subyugar a sus féminas, les imbuyen de un temor inmenso para que no crucen las líneas que ellos han decidido infranqueables.
La película define a la mujer como víctima, pero no solo de un acto, sino también de estar obligada a soportar en silencio sus consecuencias, ante el temor o equívocos que el conocimiento público del suceso podría ocasionar. Hasta se incluyen momentos en que sospechamos que en el lote, también se podrían enmascarar otros trances de los que han podido igualmente ser víctimas, por pura vergüenza, e incluso habrían despertado en ellas mismas el sentimiento de culpabilidad, el considerarse responsables y abatidas por no adoptar mayores precauciones, o no estar a la altura que se les exige de cautela y previsión.
Aunque los acontecimientos van recorriendo, en forma de suspense, la búsqueda de hechos y culpables, en realidad, lo más interesante, lo encontramos en el deterioro que va produciendo, en el propio matrimonio protagonista, la degeneración de acontecimientos, una falta de unión que cada vez se va haciendo, más y más patente, ante la diferente visión y vivencia de los hechos narrados, enfrentándose en una disyuntiva entre, la de perseguir y olvidar, o la que ni quiere perseguir, pero tampoco olvidar. Al hilo de todo ello, sentimos como excelente ese final, que sin palabras, no las necesita, logra plasmar el deterioro hasta el que nos han hecho llegar nuestros propios actos, o la falta de ellos.
Y hablando de costumbres o normas musulmanas, es curioso que si se sale corriendo de un edificio porque está a punto de derrumbarse, las mujeres anden prestas en ponerse su velo, antes de intentar salvar cualquier otra pertenencia. En la actualidad, la llevanza del hiyab en la calle continúa siendo obligatorio en Irán, aunque aquí sí que hemos avanzado: el castigo de latigazos por su incumplimiento se ha eliminado, y la pena puede limitarse a una advertencia, aunque la ley continúa regulando la posibilidad de aplicar una condena de prisión de diez días a dos meses. Precisamente, llama poderosamente la atención que, en la propia representación en el teatro de la obra de norteamericano Arthur Miller, las actrices tampoco abandonen ese pañuelo perpetuo, que muchas defienden con ahínco, bajo el pretexto de convertirlo en una opción personal, sin ningún viso de símbolo evidente, además de obligado, de sumisión y obediencia al varón. Y ello, por no hablar de desigualdades legales existentes que, por ejemplo, permite a un hombre que pueda tener hasta cuatro esposas permanentes, y si a una mujer se le ocurre tener una relación extramatrimonial, puede ser condenada a la pena de muerte. Por supuesto, los seres humanos pertenecientes al género femenino no tienen la posibilidad de divorciarse sin la aceptación del marido, y ya puestos, por ejemplo, si de herencias hablamos, la legislación establece que reciban la mitad de bienes que los hombres.
Por cierto, cambiando de tercio, resulta anecdótico, pero muy real, el cuidado que se debe tener en este mundo tecnológico y absolutamente “movilizado”, cuando observamos en una escena del filme que un profesor de secundaria no puede pegarse una cabezadita mientras proyecta una película a sus alumnos, sin correr el serio peligro de que alguno de ellos aproveche la ocasión para inmortalizar el momento en redes sociales. Y ya hablando de escenas memorables, en esta ocasión de otra índole, casi diríamos que repugnante, destacaríamos la del paseo en taxi, una carrera compartida por usuarios desconocidos, en donde una mujer obliga a que se aparte de su vera al hombre sentado a su lado, al considerar que tenía sus piernas demasiado cercanas a las suyas. Saca a la luz muchos, demasiados prejuicios, prohibiciones y desequilibrios mentales que se han causado y siguen creándose, a consecuencia del sometimiento y desigualdad de sexos imperante.
El filme, en su conjunto, acaba abordando temas como la venganza, el perdón y la compasión, y juega hábilmente con el espectador para despertar intriga e inquietud. Sutil y compleja, la obra no deja indiferente, y ofrece inquietudes, las aborda y explora, sin pretender ofrecer respuestas.
Tráiler:
[…] ese mismo país, de Irán se presentó también en el Festival el largometraje de Asghar Farhadi, The Salesman (Forushande), esta vez a resultas de un desagradable incidente sucedido a la protagonista. En la […]