FRANTZ

Jugando con fuego

Título original: Frantz Nacionalidad: Francia Año de producción:  2016 Dirección: François Ozon Guion:  François Ozon Producción: Mandarin Films / X-Filme Creative Pool Fotografía: Pascal Marti Música: Philippe Rombi Reparto: Pierre Niney, Paula Beer, Cyrielle Clair, Johann von Bülow, Marie Gruber, Ernst Stötzner, Anton von Lucke Duración: 113 min.El director francés, François Ozon, acaba de estrenar comercialmente en España su último largometraje, Frantz, en el que nos sorprende con un clasicismo y exquisitez absolutos. El filme se sitúa recién acabada la Primera Guerra Mundial, en un pequeño pueblo de la Alemania derrotada, en donde una joven lugareña, Anna, deposita flores en la tumba de su novio, fallecido en la contienda bélica. Con sorpresa, la mujer observa que alguien acaba de dejar unas rosas sobre la lápida, y no muchas horas atrás por la frescura que todavía conservan, sin tener la mínima sospecha de quién puede ser el autor de dicha ofrenda.
Con el inicio referido, Ozon arma una película muy consistente, de una belleza apabullante, rodada en la mayor parte de su metraje en blanco y negro, oscureciéndola más si cabe en los momentos en que la depresión aumenta, y otorgando cierto colorido en los instantes dedicados a recuerdos y/o imaginaciones. Estamos ante un magnífico filme, con cámara estática, en donde abundan los planos fijos, y en la que el entorno posbélico ha sido reflejado admirablemente.

Frantz. Foto 1

Para casualidades, la que le ocurrió con esta película al realizador francés, que, llevando ya cuatro años con el proyecto, con la base de una obra teatral de Maurice Rostand escrita en el momento histórico en el que se desarrolla la historia del largometraje, y de la que omitimos su nombre para no dar pistas o incurrir en anticipaciones de trama innecesarios, y como decíamos, ya llevaba años trabajando en la película, cuando se enteró de que Ernst Lubitsch había realizado una versión de la obra en el año 1932, la película titulada Remordimiento (Brolen Lullaby). Ozon siempre nos ha parecido un hombre inteligente, y su primera reacción fue dejar el proyecto, con la convicción de que no podría aportar nada nuevo al talento del cineasta americano, no olvidemos que de origen berlinés. Sin embargo, tras estudiar el filme de Lubitsch, consideró que sí que sería capaz de aportar una nueva visión o un diferente punto de vista de la historia, y afortunadamente, decidió seguir adelante.

Frantz. Foto 2

Efectivamente, hemos tenido la ocasión de ver la película de Ernst Lubitsch, y nos ha parecido una obra maravillosa, un retrato antibelicista en unos momentos muy delicados, un drama que sorprende en su filmografía, un juego de mentiras, expectativas, remordimientos, odios, heridas sin cicatrizar, situaciones muy inquietantes y declaraciones humanistas que emocionan. Pero así como el realizador norteamericano sitúa su relato desde el punto de vista francés, desde la mirada del protagonista de aquella nacionalidad, con un arranque impresionante de imágenes del aniversario del armisticio en París, Ozon lo hace desde el punto de vista alemán, desde el de la desconsolada novia que acaba de perder a su amado, el de Anna, y además, se aventura en una segunda parte, en un viaje de retorno que termina dando una vuelta de tuerca a la historia, y abriendo desde otro camino el abanico de posibilidades. Elegantemente, Ozon reconoce en los títulos de crédito finales la inspiración de Lubitsch en la realización de su obra, no podía ser de otra forma, viendo una y otra, pero consigue, lo que no era fácil, otra visión, o la misma pero resuelta de modo diferente, en acontecimientos y sentimientos, que también hemos encontrado muy enriquecedora. Y, aunque no sea políticamente correcto, agradecemos que en Alemania se hable en alemán, y en Francia en francés, sin tener que soportar, sí o sí, el idioma anglosajón en todo el universo.

Frantz. Foto 3

Ozon acierta desde el principio con el tono, y nos emocionamos con ese hombre pacifista, el protagonista francés, Adrien, al que le ha tocado vivir una experiencia traumática cuyo recuerdo parece que sea difícil que le abandone de por vida. También sufrimos con Anna, una mujer dulce, destrozada por la pena, en su tremenda soledad. La pareja protagonista, interpretada por Pierre Niney y Paula Beer, acierta en esa encarnación de vidas desoladas, pero que, de momento, tienen que ver seguir saliendo el sol cada mañana. Y tampoco nos olvidamos de los padres del personaje que titula el filme, de Frantz, unos progenitores que además de pasar por una de las peores experiencias que pueden ocurrir en nuestra existencia, también arrastran culpabilidades por ello. Y hablando de culpa, ese sentimiento central en el filme, nos llama la atención, que por una vez, un miembro perteneciente al clero en la película de Ozon, consiga dar un consejo, que además de entendible, consideramos sabio; no ocurre lo mismo en la de Lubitsch, en donde los “consuelos” sacerdotales no traspasan las abúlicas directrices habituales.
El realizador francés no desaprovecha la ocasión para describir, en planos que tienden a mostrarse cerrados, acorde con su negritud, momentos que con seguridad se vivieron en aquellas etapas históricas, el muerto por muerto, himno por himno, vencidos por derrotados, humillaciones, venganzas y recuentos de fallecidos próximos. Estamos ante una exquisita obra que nos sorprende en todo momento, con un guion que, si en un primer momento parecía destinado a un único camino, en un instante determinado salta en un giro inesperado, y nos hace recorrer, ciudades, museos o castillos a los que en un principio no parecía que estuviéramos invitados.

Frantz. Foto 4

Y nos detenemos en esos trenes, que seguimos atentamente en su salida, y que parece que probablemente no nos lleven a ninguna parte, o puede que sí, quien sabe. Todo puede pasar mientras observamos el magnífico cuadro de Manet, El suicida. A la película se le ha denominado Frantz, pero bien podía haberse titulado Anna, esa mujer que lleva la narración desde sus experiencias, a la que no parece que la suerte le haya sonreído ni le vaya a sonreír; pero qué se puede decir, de lo peor pueden surgir las mejores oportunidades.
Refinada mirada del realizador francés, sin eludir odios persistentes, reuniones secretas o clandestinas haciendo elucubraciones mentales sobre aquellos que no solamente dan y reciben conocimientos de idioma, sino también muertes, un clima de posguerra decadente que se condensa en miradas, silencios o reacciones. Muchos sentimientos, que además de haberse repetido en décadas posteriores, son difíciles de olvidar y perdonar, si no contamos con el paso de años y generaciones. No perdamos de vista nuestra historia reciente, no debemos, y más ahora, que fanatismos, nacionalismos y demás sandeces vuelven a cobrar demasiado protagonismo.

Tráiler:

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