Desintegración en familia

Precisamente, dos de los más grandes directores europeos que llevan décadas luchando con sus obras frente al capitalismo voraz, ciego y sordo, han coincidido en el estreno de sus nuevas películas. Y ambas obras se centran en la denuncia de un mismo asunto que está explotando en los últimos años. Ken Loach con Sorry We Missed You (2019) y Robert Guédiguian con Gloria Mundi enfocan su cámara en la precariedad y abusos que soportan los trabajadores autónomos de nueva cuña. Y si el británico nos lleva por la desoladora existencia de un repartidor, el francés se interesa por una familia en la que uno de sus miembros es conductor de Uber. Visión inglesa o gala, es lo mismo. La atroz realidad laboral, permitida y hasta legislada por políticos, además de efusivamente aplaudida por empresarios, conduce a la desolación moral, a la ruina económica y al deterioro físico.
Robert Guédiguian se sitúa en Marsella, cómo no, en época actual. Un parto abre la película. Todo sin novedad. Una niña nace. Se llama Gloria. Y alrededor de ella se teje el filme, una nueva criatura que a lo mejor, si hubiera sido consciente de lo que seguramente le espera, no hubiera abierto los ojos. Pues bien, en el entorno del bebé se construyen un puñado de relaciones familiares. Unos seres emparentados por vínculos consanguíneos o civiles que se empeñan en repetir su propia historia. Pero ahora se enfrentan a una sociedad, si cabe, mucho más insolidaria, egoísta, centrada en el propio enriquecimiento y ajena al sufrimiento ajeno, sobretodo si encima ese otro u otra además fastidia. Por muchos lazos de sangre existentes.

Daniel es una hombre que lleva demasiado tiempo en prisión. A lo largo del largometraje se intuye que los motivos del encierro se acercan a una especie de trifulca entre amigos o conocidos con resultado mortal. Interpretado por Gérard Meylan, es ya una persona en la madurez, acostumbrado a estar solo en su celda y a rellenar el tiempo con pasatiempos tales como la composición de poesías en haiku. Ya no recibe visita ni noticia alguna desde hace años. Un día cualquiera, monótono como tantos, su exmujer Sylvie, le comunica el nacimiento de una nieta. Gloria, claro. La también recién ingresada, en este caso en el universo de las abuelas, está llevada a la pantalla por Ariane Ascaride, carismática musa del director.
Con estos antecedentes y tras el inmediato cumplimiento de la pena privativa de libertad por parte de Daniel, se construirá un filme desesperanzador, de trabajadores que todavía intentan luchar por sus derechos y de otros seres cuyas prioridades son la obtención del alimentos, desconfiando ya de la batalla. Además, la obra se detendrá, no sin desagrado, con aquellos cuya única pretensión es meter cabeza en un mundo pequeñoburgués, no importa a quien se pisotee. Y lo vemos desde la Marsella de Guédiguian, en esta oportunidad con una panorámica menos portuaria y más centrada en ese mundo de los negocios, en esos edificios de oficinas que van imponiéndose en el firmamento de las ciudades. Los rascacielos intimidan en planos generales, en consonancia con el aplastamiento capitalista que el realizador francés denuncia nuevamente en Gloria. Estamos ante una película, que no por repetida en su mensaje, deja de ostentar alto valor en estos tiempos de inseguridad y opresión cada vez más desenfrenados. El largometraje ni siquiera necesitaba los enredos sexuales que incorpora el guion para avanzar en la trama.

Si bien todos los personajes son mirados con cierta suspicacia, algunos salen peor parados que otros. Ni siquiera se libra de cierta inquina Sylvie, la abuela de Gloria (los años pasan para todas y todos). Si bien es presentada como fémina de enorme coraje e infatigable en su trabajo de limpiadora nocturna, el tiempo y sus circunstancias han dejado atrás las ilusiones en reivindicaciones colectivas por derechos laborales. Ante todo, se impone el sentido práctico, la pura subsistencia. Y no importa que para luchar por lo prioritario haya que bajarse los pantalones, o subirse las faldas, es lo mismo.
Se ha dicho que Guédiguian es desproporcionado en perfilar personajes y situaciones. Es posible que así sea, pero ante la poderosa carga e influencia del mundo consumista y depredador en el que nos movemos, cualquier exceso está legitimado para despertar conciencias. Y el director lo hace con una puesta en escena nítida, sin recovecos. Tampoco le importa llevar la narrativa al límite si con dicho recurso consigue golpear con mayor ímpetu en la mente de los espectadores. Arribismo, drogadicción, desmembramiento de la solidaridad en la clase obrera, flaquezas humanas y fatalismo. Es la visión del director sobre la sociedad de hoy, lejana de cualquier optimismo.

Dentro de la familia escogida por Robert Guédiguian no faltan las hijas o yernos fortalecidos por su éxito empresarial; tampoco los miembros que a pesar de trabajar más de diez horas diarias todo les viene torcido; también encontramos en su seno seres mezquinos, celosos e hipócritas. Vemos a hombres y mujeres que deben soportar humillaciones diversas para continuar con sus trabajos precarios. Nos quedamos con esa imagen sosegada de los tres mayores, la abuela y los dos abuelos (el segundo de ellos es otro habitual en la filmografía del realizador galo, concretamente el actor Jean-Pierre Daroussin). Los tres ya dejaron pasar sus oportunidades y padecieron sus odiseas particulares. Dignidades, esfuerzos y desgracias se atravesaron y soportaron por el camino. Y si bien su tiempo, sus energías y sus esperanzas ya pasaron, deben volver a hacer frente a horizontes similares o seguramente peores. Por los hijos, por los nietos, por esa Gloria que casi acaba de abrir los ojos.
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