A PROPÓSITO DE ISABELLE HUPPERT

 

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En la última edición del Festival de San Sebastián celebrado hace unos días, se presentaron en la Sección Perlas dos largometrajes en las que intervenía como protagonista la actriz francesa Isabelle Huppert, que ya tuvo ocasión de recibir el Premio Donostia en el año 2003. Las dos películas en las que participó que contribuyeron a enriquecer esa sección inconmensurable del certamen donostiarra fueron El porvenir (L’avenir) de la directora Mia Hansen-Løve, y Elle, de Paul Verhoeven. Ambas obras se presentaron como dos oportunidades más para seguir reconociendo a la parisina como una portentosa profesional que no se amilana ante nada ni ante nadie,  y que además de actuar durante décadas, con regularidad, ante la cámara de directores tan ilustres como Jean-Luc Godard, Marco Ferreri, Claude Chabrol, Michael Haneke, André Téchiné o Andrzej Wajda, ha sido capaz de dibujar e inquietar con personajes tan complejos como las que desarrolla en La pianista de Michael Haneke (La pianiste, 2001), La ceremonia de Claude Chabrol (La cérémonie, 1995) o Mi madre de Christophe Honoré (Ma mère, 2004).
En El porvenir, Isabelle Huppert da vida a Nathalie, una profesora de filosofía en un instituto de París, que debe enfrentarse a nuevas situaciones en su asentada vida, mediante una combinación de reflexión e hiperactividad. Porque lo que más llama la atención del filme son los kilómetros y kilómetros que recorre la actriz delante de la cámara, dentro del campo focal, contribuyendo a ello los travelling laterales de la realizadora Mia Hansen-Løve, aunque el movimiento de Isabelle Huppert no se detiene exclusivamente en esa dirección. Combinando ambos elementos, acción y pensamiento, Huppert arranca un pedazo de vida y nos aproxima a la existencia de una mujer que podría ser cualquiera, en un período temporal relativamente corto, en donde parece que todo puede desmoronarse frente a ausencias buscadas o encontradas.

 

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La película, con la imprescindible ayuda de la interpretación de su protagonista, se convierte en un transitar por aquellos lugares, que conforman una existencia que parece marcada por la monotonía, la continuidad, el equilibrio vital en el activismo sosegado. Toda ella no agrede, transcurre mansamente por caminos que generalmente engendrarían odios, desesperación, depresión o reacciones caóticas.
Mientras tanto, Hansen-Løve coloca a Huppert en un mundo académico, en la familia, pareja, hijos, compañeros….; profesores y alumnos o ex-alumnos que conviven y se relacionan, dialogan, discuten, ponen en conocimiento del resto sus inquietudes personales y generacionales. Además, se atreve con escenas valientes, como la “osadía” de enfrentarse a piquetes, delincuentes frente a la libertad de elección, diría personalmente, además de agarrarse a un sostén firme que debemos encontrar cada uno de nosotros, que nos permita sortear dificultades y seguir dando pasos hacia ese futuro al que alude el título; como diría el cantautor cubano Pablo Milanés, “el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”, pero la serenidad, ilusión y objetivos, van a depender del espíritu, la educación y la riqueza de la vida interior de cada uno.
Para resumir, El porvenir nos ha parecido una delicia de película en donde Isabelle Huppert vuelve a contribuir para que una obra se aprehenda con pasión, se saboree con deleite, y a mayor gloria, nos seduzca con esa bella escena final, cerrando el círculo con el título del filme, que se presiente con sosiego, siempre que sigamos asumiendo y asimilando nuestras propias virtudes y limitaciones.

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En la segunda película que se proyectó de la actriz francesa en San Sebastián, Elle, interpreta a Michèle, una próspera ejecutiva de una empresa de software, que en la primera escena del filme es violada salvajemente por un desconocido encapuchado, en su lujosa casa parisina. Nada conocemos de ella en esos primeros momentos, excepto que reacciona como si nada hubiera ocurrido, como si quisiera correr un tupido velo sobre los acontecimientos, y continuar con su vida de empresaria de éxito, de madre desesperada por la inutilidad o débil personalidad de su hijo, de ex-mujer celosa de cualquier hembra que se acerque a su ex-pareja por razones dispersas, y con una vida sexual actual errática, imprevisible y circunstancial. E Isabelle Huppert vuelve a regalarnos los sentidos con un personaje inolvidable, de memorable personalidad, marcado con un pasado que se puede calificar con cualquier adjetivo excepto de nimio, y que, quiera o no, le ha cicatrizado de por vida.
Huppert encarna en esta ocasión a una mujer cuyo devenir, evolución y reacción, no quiso ser llevada a la pantalla por famosas actrices norteamericanas, y después del visionado de la obra, podemos llegar a entender el rechazo de las otras artistas, ya que, en pocas palabras, el largometraje nos ha parecido un acercamiento a la apología del placer a través de la violación. No hay que olvidar que el director de la obra, el holandés Paul Verhoeven, lleva años instalado en Hollywood y es autor de filmes que causaron tanto escándalo en su momento como Instinto básico (Basic Instinct, 1992), a mayor gloria de Sharon Stone. Y aunque la película pretende ser muy francesa, no nos lo ha parecido como tal, y las situaciones que asemejan “simples” depresiones, fracasos, traumas o éxitos personales o familiares que podrían desarrollarse sin despertar mayor recelo o controversia en cualquier película del país galo, nos impactan como verdaderos entramados diabólicos elucubrados por cualquier guionista de Hollywood, a la búsqueda de lo imprevisible, el suspense, y el mayor impacto posible.
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Definitivamente, entendemos que lo mejor del filme, lo único que en realidad nos ha compensado su visión, ha sido la interpretación de Huppert, que en esta ocasión, llega a la grandeza precisamente con las armas contrarias a las que utiliza en El porvenir. Si en esta última llega a representar a una mujer filosófica, asentada, juiciosa y sensata mediante la actividad física incesante, en esta ocasión, en Elle, aborda la interpretación de una mujer con terribles problemas psicológicos, tan graves que a cualquiera le hubieran marcado adversamente su existencia, desde la infancia, juventud o relaciones de pareja o amistad, a través de una actitud física parca en movimiento, contenida en gestos y dando preferencia a exprimir exabruptos a través del lenguaje.
Si disfrutamos con El porvenir, a Elle no le hemos terminado, ni siquiera empezado, de coger el tono. Lo que pretende mostrarse como una tragicomedia, con situaciones tremendamente dramáticas pero rodeada de momentos “hilarantes” o comentarios ingeniosos o políticamente inadecuados en su contexto, nos ha parecido un tremendo drama de protagonistas con intrincados problemas psicológicos, de verdadera patología psiquiátrica. Curiosamente, no aparece en el filme en ningún instante, algún profesional de la salud mental paseándose por el mismo.
Por último, no nos olvidamos de las mascotas que se llevan su cuota de celebridad en las dos películas. En ambas son gatos, Pandora en El porvenir, el negro, ese felino que nadie quiere pero que consigue salir del cascarón, como deben intentar el resto de personajes, y Marty en Elle, el grisáceo minino que en la película del holandés todo lo observa con su atenta mirada, y sin reacción externa apreciable.

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