Culpabilidades desde la inocencia
Después del desatino que supuso en la filmografía de Pedro Almodóvar su última película, Los amantes pasajeros (2013), el realizador manchego regresa con Julieta en toda su esencia, con un drama en donde no tiene cabida alguna el humor, en donde se sigue retratando y dando la máxima preferencia a un mundo femenino en el que la adversidad golpea sin piedad alguna, todo ello con el manejo de su estética habitual, barroca y colorida. El guion está basado en tres relatos del libro Escapada de la Nobel escritora canadiense, Alice Munro. Almodóvar compró los derechos de tres de sus relatos hace algunos años, y llevaba tiempo trabajando en su adaptación. Los tres cuentos en que está cimentado el filme son Destino, Pronto y Silencio, y precisamente este último era el encargado de titular la obra, pero ante la circunstancia de que iba a coincidir con la denominación de la próxima película de Martin Scorsese, el realizador español se decidió a cambiar el nombre del largometraje por el de su protagonista.
Julieta es una mujer madura, amargada, con un pasado de desgracias, ausencias y soledades que le ha marcado la existencia. El director manchego abre la película en el momento actual de esta mujer, a la que se le presuponen vivencias intensas, y mediante una carta que dirige a su hija, recurriendo al flashback y a la voz en off (esta última entendemos que demasiado presente), el realizador retoma la vida de la protagonista en la España de los años ochenta, cuando contaba veinticinco años y se trasladaba inocentemente con un tren nocturno, en un viaje que le cambió la vida. Y precisamente el principal lastre que acompaña al largometraje es la perspectiva de ofrecernos la historia únicamente desde el punto de vista narrativo de Julieta, lo que convierte casi en incomprensibles ciertas decisiones de otros personajes, que no terminan de entenderse solo por lo que expresa o llega a conocer la protagonista.
El tema esencial al que da vueltas la trama es el de la culpabilidad, ese sentimiento auto-impuesto sin plena justificación real, si se observa desde el prisma del espectador. Nos sentimos culpables de un suicidio sin que ni siquiera conozcamos al sujeto que se quita la vida, culpables porque nuestra pareja decide libérrimamente salir de casa en el momento menos oportuno, culpables porque nuestros seres más queridos deciden alejarse de nosotros…Un sentimiento que permanece presente a lo largo de los años, en silencio, y que termina arruinando y derrotando cualquier vida, a pesar de los esfuerzos por abrir nuevos caminos.
En este viaje, no nos ha sorprendido el abandono radical de dosis de comedia, pues ya venía cociéndolo el director en los últimos años, pero sí que nos ha llamado la atención el lugar en donde ha colocado su cámara, mucho más cercana a sus personajes, dejando que predomine el primer plano, y abandonándolo en muy pocas ocasiones, parece que con gran pereza. Ello le permite a Pedro Almódovar acercarse enormemente a sus musas e indagar en sus emociones, en sus caras desencajadas en la tragedia, sin necesidad de recurrir a muchas lágrimas o aspavientos varios.
Hay un elemento que no es recurrente en el mundo almodovariano, y es el fanatismo religioso, ese que ha trasladado desde los textos de Munro originales en Vancouver, a la primera idea del desarrollo del rodaje en Nueva York, y desde allí, al definitivo paisaje idílico de los Pirineos, donde parece que se mueve con solvencia y sin trabas una secta piadosa de larga mano, controladora de voluntades, de potencia económica considerable y que anima a sus féminas a parir como conejas ¿A qué nos suena?
Las actrices, las mujeres de Pedro que en esta ocasión han participado en la obra, han sido, como protagonistas, Emma Suárez, Julieta madura y Adriana Ugarte, Julieta joven, y ambas salen airosas del trance de embarcarse en la vida de esa mujer envuelta en la tragedia, en la culpabilidad, el silencio y la soledad, a la que los intentos por salir del socavón no parecen aprovecharle demasiado, y a la que le golpea demasiado cerca y de forma recurrente el fatídico devenir de su existencia. Con esa cámara tan cercana sobre ellas, sólo falta oírles respirar, pero su pesar y aturdimiento puede observarse en cada uno de los pliegues faciales de ambas, sin temor a que salga a flote la cara más amarga y desolada. En cuanto al resto del reparto, volvemos a encontrarnos a una actriz almodovariana por excelencia que nos ha regalado momentos hilarantes en la filmografía del director, y nos hace añorar intensamente a otra actriz a quien acompañó en muchas escenas y nos acaba de dejar, a Chus Lampreave. Hablamos de Rossy de Palma, esa mujer que siempre nos dio la impresión que se había escapado de un cuadro de Pablo Picasso, y que en esta ocasión ejerce de ama de llaves o sirvienta, al que le da un tono misterioso y terrorífico que nos ha recordado a la última película que hemos visto de M. Night Shyamalan, La visita (The visit, 2015), e incluso al ama de llaves de Rebecca, a Mrs. Danvers (Alfred Hitchcock, 1940). La actriz dota al personaje de una personalidad y apariencia huraña en el exceso, cotilla, fisgona, y desencadenante de acontecimientos que no se hubieran producido si lo que resaltara de su carácter fuera la humildad, sencillez y amabilidad. No podemos tampoco olvidar la participación de Inma Cuesta, como Ava, que si ya nos deslumbró en La novia (Paula Ortiz, 2015), en esta ocasión, con un papel secundario, aparece como una escultora majestuosa, imponente en su sencillez y naturalidad, de espíritu libre y desprendiendo encanto, mientras que se encarga de elaborar las figuritas que llevarán a la escultura con la que Miquel Navarro colaboró con la película. En cuanto a los actores del reparto ¿Almodóvar se olvida de ellos? ¿Los hace conscientemente inexpresivos o los protagonismos y/o exceso de sus féminas se los comen?
Nos encontramos en este largometraje ante un Almodóvar en estado puro, con sus habituales obsesiones: la enfermedad, la muerte, los abanicos sexuales, el dolor, la soledad, el paso del tiempo, la incomunicación, la culpa…Se regodea en ello como nos tiene acostumbrados, y sigue sin conocer la elipsis para ir a reconocer un cadáver o tirar sus cenizas al mar, en una escena, por cierto, muy lograda. Y no faltan tampoco sus objetos o personajes fetiches, como esos libros que se muestran a lo largo del filme, no precisamente de manera aleatoria, como La tragedia griega de Albin Lesky o El amor de Marguerite Duras (recordemos en En la piel que habito, 2011, ya se ve a la protagonista, a Elena Anaya, leyendo Escapada), o a su amadísima Chavela Vargas, que no solo aparece en una foto, sino también en la bellísima canción que cierra el filme, Si no te vas, que carga los últimos momentos de gran emoción.
En esta ocasión, rodeado de sus colaboradores habituales, como Alberto Iglesias en la banda sonora, José Salcedo en el montaje, Esther García y Agustín Almodóvar en la producción (por cierto, este último no se queda sin su cameo), Pedro Almodóvar no nos ha defraudado. Nos costó adaptarnos a la evolución del realizador de lo cómico e hilarante al drama con dosis de comedia, pero consiguió que lo absorbiéramos y apreciáramos en su calidad irrepetible, y con su último aterrizaje en el puro drama, también continúa cautivándonos y envolviéndonos en un mundo propio que fascina, desde el primero al último fotograma.
Tráiler:
[…] y de paso, desperdiciando otras facetas de su vida por ello. Qué lejos y qué cerca queda de esa Julieta de Pedro Almodóvar (2016), que aún mostrándose contenida, dentro de lo que cabe, deja a Ana, a […]
[…] que no hemos terminado de captar. Por ejemplo, Emma Suárez nos ha recordado más a la trágica Julieta de Pedro Almodóvar, de la que no tenemos reproche alguno que manifestar, que a la última […]