LA CIÉNAGA. ENTRE EL MAR Y LA TIERRA

De adversidades y corajes

Título original: La ciénaga. Entre el mar y la tierra Nacionalidad: Colombia Año de producción:  2016 Dirección: Carlos del Castillo Guion: Manolo Cruz Producción: Mago Films, Scarllet Cinema, Photogroup Films Fotografía: Robespierre Rodriguez Música: David Murillo Montaje: German A. Duarte Reparto: Manolo Cruz, Vicky Hernández, Viviana Serna, Jorge Cao, Mile Vergara, Javier Saenz, Rafael Rubio Duración: 98 min.

Tuvimos ocasión de visionar la película colombiana La ciénaga. Entre el mar y la tierra en la Sección Oficial de Largometrajes del Festival de Valladolid del 2016. Efectivamente, el mismo año de su realización. El filme nos pareció entonces entre lo más emotivo y sentido de aquella edición. Y nos preguntábamos la razón por la cual no había tenido hueco para su comercialización en España en los meses posteriores. Calidad, belleza entre la mugre y personalidad no le faltaban precisamente.

Pues bien, revisando los estrenos de esta semana, nos encontramos de repente con la película. Sí, dos años después. ¿Por qué esta tardanza? Ya sabemos de los caprichos, cambios de cartas y entrega por lotes que suelen manejar las distribuidoras. Pero indagando en el asunto, nos hemos encontrado con temas muy turbios en manos de tribunales de justicia. Al parecer, el filme llevaba ya y ha seguido un largo recorrido por festivales, incluso triunfando en algunos de ellos. Pero el meollo de la cuestión se encontraba en la disputa existente entre los que en un principio aparecían como codirectores de la obra, Manolo Cruz y Carlos del Castillo. Según este último, Cruz se apropió de una dirección que no le correspondía. Además de protagonista, guionista y productor, se abrió indebidamente un hueco en la dirección. Por su parte, Manolo Cruz siguió ratificándose con su colaboración en la función controvertida. Suficiente para que se iniciara la vía judicial por ambas partes, en reclamación de lo que consideraban que les correspondía legítimamente. El largometraje está triunfando, circunstancia que no ha favorecido el sosiego en los ánimos. Las demandas en reclamación de derechos de autor, por retribuciones no recibidas, o por injurias o calumnias se han ido sucediendo. Nos hemos decidido, tras haber estudiado los materiales que hemos podido encontrar al respecto, por establecer el cuadro de intervenciones y colaboraciones que aparece al principio. Pero nos da la impresión de estar jugando a “los barquitos”. En cualquier momento y sobre cualquier profesional que interviene, puede devenir un rápido tocado y hundido. De todas formas, más allá de grescas legales, intereses económicos y egos quizá alterados, nos gustaría centrarnos en la obra. Creemos que vale la pena.

La ciénaga. Entre el mar y la tierra. Foto 1

Alberto, el protagonista interpretado por Manolo Cruz, es un joven al que de niño le detectan una enfermedad neurológica degenerativa. Además de no conocerse cura alguna para la misma, precisa de tratamiento de por vida para que no se extienda mortalmente. Ello obliga a que su existencia se circunscriba a la inmovilización en su cama, de la que solo puede alejarse con asistencia. Además, precisa el auxilio de una máquina especial para poder respirar. Cruz realiza una buena interpretación, con independencia de la leyenda cinéfila que circula al respecto, esto es, la sencillez que supone la caracterización de papeles que abarquen ciertas discapacidades físicas o síquicas.

Pero además, existen dos personajes en el filme que merecen la máxima atención. En primer lugar, con una intervención magnífica, se encuentra Doña Rosa, la madre de Alberto. Interpretada por Vicky Hernández, sobresale en un papel de progenitora que destaca por su coraje, desde el primer momento y hasta la misma finalización de la obra. En los instantes iniciales, ya la observamos tomando las riendas para la protección de la salud de su hijo y para conseguir la atención médica más precisa. Es una madre con valentía, doliente, amorosa. A pesar de la pobreza en recursos económicos, la riqueza la ha recibido en generosidad. En una existencia que no le ha regalado nada, que le golpea continuamente, no deja de estar pendiente de Alberto, que con veintiocho años ya no tiene movilidad suficiente ni para apartarse de una rata. Rosa lucha, sufre, regatea y utiliza el ingenio para introducir algo de magia en la vida de su hijo. Rosa solo vive para ser madre. Y lo hace desde el pensamiento y la reflexión. Por ello, llega a darse cuenta de situaciones que seguramente es mejor que se corten de raíz, además de ser capaz de no olvidar, de perdonar si es el caso, o de rectificar talantes o creencias. 

La ciénaga. Entre el mar y la tierra. Foto 2

El tercer personaje al que hemos aludido es Giselle, amiga de Alberto. Interpretada por Viviana Serna, moldea a una joven alegre, una mujer que destaca en naturalidad, formada culturalmente y sin prejuicio alguno. También, algo ciega ante los efectos que puede provocar. Es una muchacha que enamora solo con el movimiento, entre deliciosas, imprevistas y raudas apariciones y desapariciones. Giselle es compañera de Alberto desde niños y le cuida, le ofrece sus mimos, le visita con asiduidad. Además, intenta despertar en su amigo ciertas ilusiones con una posible mejoría de su situación física en el futuro.

Doña Rosa y Alberto viven en una cabaña sobre un paraje pantanoso, concretamente la Ciénaga Grande de Santa Marta, en donde transcurre el largometraje. A trescientos metros de ese lugar, atravesando una carretera, se encuentra el mar, ese tesoro que Alberto anhela volver a ver. Se ha convertido en su mayor deseo existencial. Con esto, llegamos y alcanzamos la tristeza que desprende la película por la débil o precaria situación económica en que se encuentran la familia formada por Rosa y Alberto. Una pobreza que obstaculiza la posibilidad de afrontar gastos médicos que supongan no ya el intento en la búsqueda de una posible curación o mejoría, que también, sino algo más elemental. Nos referimos a poder acceder a los medios o artefactos necesarios para que el enfermo pueda trasladarse con cierta independencia. Ello le permitiría no tener que permanecer siempre tumbado en su lecho, con el único consuelo de elaborar y rodearse de sus personales dibujos. 

La ciénaga. Entre el mar y la tierra. Foto 3

Lo más grandioso de La ciénaga. Entre el mar y la tierra es su escena última. Ya únicamente por ella, vale la pena no perderse esta valiosa película. Se trata de unos momentos de máxima emotividad que engrandecen tanto a los personajes que intervienen, como a los actores y/o actrices que la interpretan. Es imposible que los espectadores no se estremezcan en esos instantes de dramática belleza. Y preferimos olvidarnos de los créditos que añade como epílogo el autor o los autores (un plural con fundamento, en especial en este largometraje entre batallas de sus artífices). Ustedes verán, pero preferimos correr un tupido velo y quedarnos con la sensación de haber asistido a la proyección de un gran filme, con un remate inolvidable. Precisamente, en la crítica de una película reciente del director español Ramón Salazar, La enfermedad del domingo (2018), comentábamos que creíamos casi imposible que su realizador no hubiera visionado con anterioridad el largometraje que ahora comentamos de Carlos del Castillo. Ambos se rematan del mismo modo, aunque las razones para ello dependan de relaciones maternofiliales con diferente calado.

De la puesta en escena destacaríamos la pobreza del medio físico en donde se desarrolla la vida de los personajes. Se plasma de tal manera que hasta llegamos a padecer ese calor asfixiante, la suciedad acumulada, el destartalado atrezo. Y mientras sentimos claustrofobia en esos cuartuchos en donde la vida transcurre, se percibe la grandeza del entorno, apenas se aleje la cámara de los elementos que realmente conforman el espacio, y más cuando se recurre a planos cenitales. Y además, con la utilización de una fotografía que destaca en colorido y luminosidad. Es cuando la ciénaga, el mar y la tierra del título alcanzan una simbiosis memorable. Y todo se logra con unas vidas sencillas y golpeadas, que deben enfrentarse día a día con sus propias carencias. Unas existencias que tienen que encarar con amargura, pero también atentas a la sabiduría de dejar cierto espacio para que se cuele la ironía y el sentido del humor. Y sin necesidad de libros de autoayuda, que únicamente sirven para enriquecer a sus autores, a fuerza de amordazar algunas mentes de los que se sienten insatisfechos por su destino.

 

Tráiler:

https://www.youtube.com/watch?v=3xNmiZob7rs

1 comentario

  • Manolo Cruz dice:

    Que hermoso retrato que te llevaste de parte de mi vida, y que palabras tan dulces con la que acaricias su dureza.

    Abrazos

    MANOLO CRUZ

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