Amarga madurez mundana
Jep Gambardella, periodista exitoso de ámbito cultural, pero frustrado como escritor, celebra su 65 cumpleaños con una fastuosa fiesta, rodeado por sus amigos y representantes de la clase social romana más ociosa, inútil, arribista, decadente y hedonista de la ciudad de Roma. La película iniciará un viaje retratando las miserias y banalidades de sus protagonistas, acompañada de las más espectaculares y hermosas imágenes de la ciudad.
Con esta obra nos encontramos ante la penúltima película del director napolitano Paolo Sorrentino, tras El divo (Il divo, 2008) y Un lugar donde quedarse (This Must Be The Place, 2011). Luego vendría, en 2015, la también admirable, La juventud (Youth/La giovinezza), todavía en cartelera. Con La gran belleza el realizador italiano obtuvo un extenso reconocimiento internacional, consiguiendo, entre otros, los galardones de mejor film en los premios de Cine Europeo, en los Globos de Oro, y en los Oscar de 2014.
La película se inicia con la visita de un grupo de turistas a la Fuente dell, Acqua Paola, uno de los monumentos renacentistas romanos. Un coro canta música sinfónica, la vida de los habitantes transcurre sin sobresaltos, hasta que uno de los visitantes se aparta del grupo, observa toda la panorámica de la ciudad, intenta fotografiarla, y cae desmayado ante la profunda belleza que le rodea. De ahí, sin transición alguna, se oye un grito intenso y nos instalamos en una fiesta que se desarrolla en un ático de la ciudad, tumultuosa, excesiva, con música pegadiza y ramplona, en donde se reúnen un grupo heterogéneo de la mundanalidad romana, una fauna social compuesta de vedettes decadentes, modelos o actrices en busca de oportunidades, escritores fracasados, profesionales de la televisión, ricos desocupados, en un ritual enloquecido y descontrolado de baile, música, alcohol y drogas. Estamos en la fiesta del 65 cumpleaños del protagonista, de Jep Gambardella.
El retrato que Sorrentino hace de este mosaico de personajes que pueblan la noche romana es cruel e implacable, irónico y con un humor que recorre la parodia, la burla y lo absurdo. Al mismo tiempo, se ocupa de mostrarnos en toda su espléndida majestuosidad la Roma más clásica y admirada.
Las comparaciones con la película de Federico Fellini, La dolce Vita (1960), son inevitables. Evidentemente, en ambos films se hace ese recorrido sobre lo más granado de la ciudad, el protagonista también es un periodista, escritor frustrado, y su vida igualmente transcurre por esos ambientes elitistas nocturnos. Ambos, Jep y Marcello son cínicos, mujeriegos, les desasosiega el desencanto por una vida inútil y vacua. Pero hay una diferencia fundamental: el paso del tiempo. Marcello Rubini está insatisfecho con su peregrinar entre celebridades y burguesía de la época, pero tiene un as en la manga, su juventud e incertidumbre por un futuro. Por el contrario, Jep Gambardella ya ha cumplido 65 años. Ha envejecido, y sus expectativas van derrumbándose. El futuro ya es presente, y el tiempo se ha encarecido. No en balde, al principio de la película, el propio Jep señala que una de las cosas de las que te das cuenta cuando cumples esa edad, es que ya no queda tiempo para perderlo en asuntos que no te apetecen.
Paolo Sorrentino empezó su trayectoria con el actor de teatro, Toni Servillo, en su largometraje L,uomo in piú (2001), naciendo con ello una relación artística que ha durado quince años, hasta desembocar en este retrato de la romanidad. Servillo está espléndido en su caracterización de hombre desengañado y cínico, que en su inteligencia percibe el desperdicio de su juventud de fiesta en fiesta extravagante que no conducía a ningún lado, reconoce su soledad y la necesidad de relacionarse con sus egocéntricos, soberbios y petulantes amigos para consuelo mutuo, pero la crisis existencial se incrementa, sin posible retroceso ya, a pesar de un último intento de salvación en la búsqueda de sus orígenes, de sus raíces.
Así como el final de La Dolce Vita da paso a la esperanza misteriosamente, con Marcello y sus amigos en la playa, admirando cretinamente un pescado capturado, y una joven le grita a Mastroianni alguna cosa inaudible por el ruido de las olas, pero esperanzadora en su contexto, en el remate de La gran belleza, a pesar del camino recorrido de redención con el intento de la búsqueda de la simplicidad, el futuro se muestra ciertamente inamovible en hastío, soledad y desesperanza.
Sorrentino, a pesar de maltratarlos en su ácida visión, en el fondo siente cariño por sus personajes. Además del inolvidable Jep, aparecen retratos conmovedores y francamente dibujados en su desordenada e insustancial existencia: la directora “enana” del periódico, máximo confidente y apoyo de Jep, consciente de la trivialidad de su recorrido; el amigo bonachón que pretende triunfar en el teatro, que es capaz de soportar atroces groserías de la joven mujer que quiere a su lado; la mujer madura fascinada consigo misma, incapaz de reconocer el fracaso en su vida personal….
La película derrocha humor con verdadera ironía. El panorama que se ofrece sobre el arte post-moderno alcanza verdadero ingenio. Inolvidable las escenas de la comedianta que dice actuar por vibraciones, de la niña artista precoz que únicamente desea jugar, de la exposición de “cada día, una fotografía”… Imborrable igualmente el esperpento de magia haciendo aparecer o desaparecer a una jirafa, o la imagen de La Santa, que se alimenta de raíces, atrae a las cigüeñas o pierde las sandalias en actos oficiales.
La banda sonora combina música clásica de Arvo Part, Preisner o Görecki, con canciones chabacanas de Raffaella Carrá, La banda gorda o El gato DJ. De la excelencia pasamos a lo más ordinario, de la sinfonía nº 1 de Bizet a Mueve la colita o Far l,amore; del carnaval histriónico de la fiesta sin fin a la magnificencia y esplendor de la Ciudad Eterna.
La puesta en escena de Sorrentino es ágil, cuidada, la cámara se mueve enloquecida con numerosos recursos estilísticos: travellings, planos cenitales, planos secuencias iluminados artificialmente o buscando la luz natural de la ciudad. La algarabía se contrapone con largos y reflexivos silencios, mientras avanzamos en busca de la nada.
Tráiler:
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