Batallas contra la soledad

Con su ópera prima, la realizadora Belén Funes se ha estrenado de una forma certera y contundente. Encontramos los referentes de La hija de un ladrón en el cine europeo más social. Y nos acordamos de grandes directores ya consolidados como Ken Loach, Aki Kaurismäki, Bertrand Tavernier o Robert Guédiguian. Pero realmente, a quienes nos han evocado más profundamente el largometraje de la directora catalana, por el fondo y también por la forma, han sido a lo hermanos Dardenne, a Jean-Pierre y a Luc. Unos cineastas que retratan y denuncian sobriamente, sin caer en sentimentalismos absurdos. Rememoramos también filmes españoles de temática social (por cierto, no demasiado abundantes para nuestro gusto). Sirvan como ejemplo Techo y comida de Juan Miguel del Castillo (2015), Barrio (1998) y Los lunes al sol (2002) de Fernando León de Aranoa o Solas de Benito Zambrano (1999).
La protagonista de la película de Belén Funes es Sara, una joven que además de intentar subsistir, debe alimentar, cuidar y proteger a su bebé. Vive con él en un minúsculo apartamento cedido por los servicios sociales. Además, tiene un hermano pequeño interno en un centro de educación, se supone que católico. La custodia del niño la ostenta el padre de ambos, del chiquillo y de Sara. Se trata de Manuel, un hombre que ha pasado por la cárcel a causa de hurtos y trapicheos varios. El título del largometraje nos ilustra al respecto.

Hemos nombrado a los Dardenne. Sin duda, la puesta en escena de Belén Funes apunta directamente a los directores belgas. La catalana se apoya en la realización de su primera obra de una imagen nerviosa, abundantes primeros planos y que además, son de corta duración. Su sucesión resulta vertiginosa. Un dinamismo con sensaciones de cámara en mano. El seguimiento de Sara se hace desde la mínima distancia y muchas veces se corre tras ella, por lo que no nos queda margen de duda sobre las referencias belgas. Nos acordamos de La promesa (La promesse, 1996), Rosetta (1999), El niño de la bicicleta (Le Gamin au vélo, 2011) o La chica desconocida (La Fille Inconnue, 2016). Incluso del nuevo filme de los Dardenne, de El joven Ahmed (Le Jeune Ahmed, 2019), aunque se encuentre alejado un tanto de temáticas y denuncias sociales para acercarse al mundo del fanatismo religioso.
Ya hemos dicho que el padre de Sara es Manuel. Y la misma relación paterno filial une a los intérpretes en la vida real. La joven está caracterizada por la actriz Greta Fernández y el progenitor por Eduard Fernández. Y ambos realizan un trabajo excelente. Este último, imponente, como siempre, o casi siempre (no acabamos de conectar con su reciente interpretación de Millán Astray en Mientras dure la guerra de Alejandro Amenábar. Consideramos que abusa de tono histriónico y caricaturesco). En esta obra, en la de Funes, resulta innegable que el filme crece con la presencia del actor en pantalla, sin desmerecer, claro que no, la de su hija, imponente en su papel de mujer, madre e hija luchadora. Ya conocíamos a Greta Fernández por su trabajo en Elisa y Marcela de Isabel Coixet (2019) en una interpretación que destacaba por naturalidad. En la obra de la autora catalana recrea a una Sara que va empequeñeciéndose conforme circunstancias vitales acaecen. Apenas nos regala asomos de sonrisa y las lágrimas se contienen con estoicismo. Una joven que considera que no ha tenido suerte hasta el momento. ¿La va a acariciar? Camarera, limpiadora, persona hipócrita que pretende aparentar lo que no es…Pura fachada frente a un “patriarca” que resulta un verdadero canalla despreciable.

En La hija de un ladrón estamos en la Cataluña de habla hispana y de origen andaluz. La película abre muchas preguntas cerrando solo algunas. Pero de lo que no cabe duda es que Manuel es un padre indeseable, pero un padre al fin y al cabo. Los lazos sanguíneos pueden resultar venenosos pero siempre cuesta romperlos. Y la escisión acaso llegue a convertirse en tremendamente dolorosa, además de dejar tras de sí cicatrices. ¿Cuántos esfuerzos realiza una persona para retomar la amistad con un conocido? Si lo comparamos con los intentos de rehacer lazos familiares, la equiparación asemeja desatinada.
Por cierto, un inciso que nos ha chocado por inexacto. Desconocemos si el largometraje de Funes ha contado con algún o algunas asesoras jurídicas. Lo cierto es que los interrogatorios de parte en los juicios que se desarrollan en España se practican con los contrarios; esto es, los abogados no pueden pedir dicha prueba para preguntar directamente a sus clientes. Solo es posible solicitarlo para interrogar a las otras partes, según prescribe nuestra Ley de Enjuiciamiento.

En realidad, el centro de la película, el meollo de la misma, su verdadera esencia se encuentra en el miedo, en el terror a la soledad. Y aunque muchas veces vemos a nuestra protagonista rodeada de gente, no parece que sean más que figurantes que se mueven, que le quieren a su manera pero que no consiguen llenar el socavón que ha crecido en su alma. Nos referimos a conocidos como compañeros de trabajo o de residencia, incluso a merecedores de ser incluidos como invitados a una comunión. Pero si abordamos a la familia y en concreto al progenitor, nos introducimos en terrenos delicados y lacerantes. No en vano hija y padre corean al unísono el pensamiento de que hay que tener hijos para desterrar una vejez en solitario. Y ese pavor de no tener a nadie al que agarrarse es crucial en el filme y dice demasiado del pasado de ambos personajes. El miedo va por libre y los traumas también. La soledad, claro que sí, puede acechar o sufrirse con desgarro incluso apenas teniendo veinte años. Sara, en una entrevista de trabajo, manifiesta que se considera una persona normal. También lo expresa su hermano. Un sentimiento de mediocridad que puede llegar al desamparo si saltan las alarmas de nuestras máximas fobias.
Tráiler:
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