Desamparo en silencio
El director Alberto Morais estuvo presente en la Sección Oficial de Largometrajes del último Festival de Cine de Valladolid, con La madre, trabajo que culminó su triología sobre el asunto del abandono, tras Las olas (2011), y Los chicos del puerto (2013), obras premiadas en distintos certamenes. En esta ocasión, el protagonista es Miguel, un chaval de catorce años que acaba de estar internado alrededor de un año en un centro de menores, ante la falta de atención por parte de su madre y que, pese a conseguir retornar a su domicilio familiar, la continuidad en la actitud pasiva, indolente y absolutamente ausente de la progenitora, hace temer que sea reclamado nuevamente por las instituciones públicas, para hacerse cargo de su custodia.
Alberto Morais nos ofrece un drama seco, sin concesión a sentimentalismo alguno. Nos recuerda a dos propuestas vistas recientemente, acerca del terror de pasar a depender de centros sociales estatales. La primera de ellas es una película alemana del año 2014, Jack, de Edward Berger, con dos hermanos, el mayor de diez años, en una búsqueda desesperada y desgarrada de su desaparecida madre; la segunda, se trata de la española Techo y comida, de Juan Miguel del Castillo (2015), pero en esta ocasión se cuenta con la desesperada lucha de la madre para salir de la situación de miseria, además de ser ella misma la encargada de llevar el hilo narrativo. Y lo anterior, sin necesidad de acudir a referentes mucho más lejanos e inolvidables, como las filmografía de Charlie Chaplin, o el neorrealismo italiano, y dentro de él, Alemania, año cero de Roberto Rossellini (Germania, anno zero, 1948)
Al realizador Alberto Morais, en La madre, parece no importarle en absoluto el intentar explicar o mostrar las razones que han llevado y llevan a la progenitora a esa actitud de absoluta pasividad, y lo que asemeja que le importa es el hijo, interpretado por el adolescente Javier Mendo, que se mete en la piel de Miguel, ocupando en primeros planos la mayor parte de los fotogramas. El punto de vista de los acontecimientos se observa desde los ojos del menor, y ese tratamiento formal únicamente nos deja ver lo que el chaval vislumbra. La cámara sigue al adolescente en todo momento, registra sus sentimientos, y a partir de ellos, se elabora la globalidad de la obra.
Estamos ante una película de silencios, que se caracteriza más por sus ausencias que por sus presencias. Y a pesar del título del filme, la madre, representada por Laia Marull, destaca por su escasa presencia. Interviniendo en muy pocas escenas, es clave para reflejar, dentro de los silencios que identifican todo el largometraje, a una mujer incapaz, irresponsable, desconectada con la verdadera realidad. Cámara en mano, dentro de lo que detectan los ojos del adolescente, se nos dan las suficientes pistas, con unas interpretaciones muy contenidas, para imaginar continente y contenido, y lo que presuponemos no resulta precisamente agradable. Nos encontramos con la vida de un crío de catorce años, que debe enfrentarse a la madurez demasiado rápido y demasiado pronto, que camina en absoluta soledad, a la búsqueda de medios de existencia básicos.
La película nos deja con la profunda inquietud de la obstinada querencia del joven por estar convencido de que su desarrollo personal siempre será preferible a la vera de esa madre ausente, displicente, egoísta y diríamos que hasta indecente. La inquietud nos la produce cuando observamos que el chico decide, a cualquier precio, intentar permanecer con ella, con lo que ya imaginamos lo que comporta, habiendo conocido ya las otras opciones que se le ofrecen. ¿Qué puede esconderse en esas otras alternativas que parecen llegar a resultar insoportables, mientras sea posible continuar escapando de las mismas? Miedo y preocupación nos produce la “calidad” de esas otras salidas, fundamentalmente porque nos estamos refiriendo a establecimientos de carácter público y de objetivo asistencial, y por tanto, lo que arrastran en su gestión de responsabilidad de todos y cada uno de nosotros.
El conjunto de interpretaciones merecen ser destacadas, muy adecuadas con el tono adusto y de sobriedad de todo el filme, no ya únicamente de los protagonistas. No queremos dejar de nombrar aquí a Ovidiu Crisan y Alexandru Stanciu, que encarnan a un padre e hijo rumanos, a los que tampoco llena de alegría la compañía de Miguel, y a Nieve de Medina, que hace de María, la dueña de un bar, que acierta en una actuación que consigue imponer autoridad, limitándose al porte y tono vocal, además de ser el personaje más respetuoso con las decisiones de los demás, aunque quizá no sean las más convenientes para el futuro de cada uno.
Visto el filme, nos quedamos reflexionando sobre aquellas personas que nos parecen invisibles, que intentan vender pañuelos de papel en los semáforos de las ciudades, y en la indiferencia que nos producen e ignorancia que les mostramos. Ya solo, si por lo menos esta película sirviera para que nos sacudiéramos la pereza que nos produce el movernos de nuestro confortable asiento del vehículo, para alcanzar el bolso y buscar un euro para su adquisición, ya habría valido la pena. También creemos que debería ser de obligatoria visión en escuelas, a ver si pudiera servir igualmente como medio de concienciación de la gran suerte que tienen muchos niños con la familia que le ha tocado, en esta sociedad consumista que procura que no les falte los últimos modelos de zapatillas deportivas o del móvil.
Por otra parte, sorprende gratamente la generosidad o compañerismo que se muestra en el filme, que al parecer continúa existiendo entre ciertos adolescentes, a pesar de la visión contraria al respecto que nos suele llegar de los medios de comunicación de masas. Y se nos sigue encogiendo el corazón cada vez que Miguel llama a su madre por el móvil, y obtiene el vacío por respuesta (y no son pocas las llamadas, ya lo adelantamos).
Precisamente, ha coincidido el estreno de la película con la lectura que estamos realizando de un libro que ha alcanzado fama por la polémica que ha despertado. Nos referimos a Madres arrepentidas, de la israelí Orna Donath, en donde una serie de mujeres, a pesar de adorar a los hijos que ya han tenido, si les dieran la oportunidad ahora mismo de volver al pasado y optar o no por la maternidad, decidirían, sin dudarlo, no ser madres. Desconozco que resolución tomaría la madre de Miguel, pero nos encantaría poder elegir por ella. Las responsabilidades que nos vienen, querámoslo o no, hay que asumirlas, especialmente las referentes a aquellos o aquellas que todavía, o nunca, alcanzarán, la madurez o capacidad suficiente para poder sobrevivir con independencia.
Tráiler:
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