Cuidado con nuestros límites
De Georgia nos llega esta estimable obra, que sin concesión alguna para la galería, ahonda en un cine social carente de complejos a la hora de mostrar la podredumbre que existe en demasiados lugares del planeta. Se centra en la lucha diaria de una mujer, Ana, aquella cruzada que muchísimas personas deben afrontar para conseguir jornada a jornada los recursos mínimos imprescindibles para la subsistencia. La autora del largometraje, Nino Basilia, ha debutado en la ficción, con lo que pretende ser el primer filme de una trilogía centrada sobre las mujeres en la vida social, en la guerra y en el amor, respectivamente.
La vida de Ana, que bien podría haberse llamado Las decisiones de Ana, tiene por protagonista, como supondrán, a la mujer del título, una ciudadana de Georgia que debe ocupar su entera existencia en trabajar, con el objeto de obtener los medios imprescindibles para su propia subsistencia, para el cuidado de su abuela enferma y, sobre todo, para la educación especial que necesita su hijo pequeño, Sandro, que padece el trastorno del autismo. La realidad de Ana, en esa lucha infernal, se presenta muy gris, monótona y sin espacio para alegrías, ni siquiera la que le proporcionaría su pequeño al mirarle a los ojos.
El trastorno psicológico del autismo ya ha sido llevado en otras muchas ocasiones al cine; probablemente la película más famosa sea la que realizó el estadounidense Barry Levinson en 1988, Rain Man, protagonizada por Dustin Hoffman, con interpretación que le valió la conquista del Óscar. Pero el filme de Nino Basilia, aunque no elude escenas en donde se muestran abiertamente trastornos que provoca la enfermedad, se interesa más por los sentimientos y situaciones que convierten el transitar diario de la protagonista en un auténtico drama humano. Y ello se hace de un modo naturalista que únicamente puede tomarse en clave de denuncia, a la manera del cine del británico Ken Loach o de los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, esto es, en la búsqueda de aportar algún grano en la arena para intentar la toma de conciencia y la consecuente corrección en el tratamiento de momentos humanos angustiosos. Y nos referimos tanto por los estamentos públicos como por las conciencias individuales.
Nino Basilia nos ofrece este conmovedor largometraje con una puesta en escena antipática, acierto indudable cuando lo que parece que se pretende es evidenciar y dar voz a condiciones desesperadas. Ni el lugar, ni las circunstancias, ni las intenciones, e imaginamos que tampoco los recursos financieros daban para otra opción. Nos vamos encontrando con edificios prácticamente ruinosos, con casas carentes de elementos que permitan denominarlos hogares, con barrios inmundos por descuidados, sucios y desolados. Por tales espacios transcurre el filme, y lo hace sin banda sonora alguna que nos distraiga y con un cámara muy fija que se detiene recurrentemente en las escenas, alargándolas con el intento de sacar el máximo provecho a los acontecimientos. La fotografía, acorde con todo ello, destaca precisamente por no resultar artificiosa, recurriendo a tonos corrientes, ordinarios, sin que destaquen lo más mínimo, en la búsqueda del efectismo en la fealdad de fondo y forma que contemplamos, y ello, a pesar de alguna que otra pared pintada en colores intensos.
Dos son los elementos que más nos han impactado del largometraje. El primero de ellos es la soledad de la protagonista, excelentemente interpretada por Ekaterine Demetradze, acertando en la sobriedad que desprende el registro que utiliza, además de conectarlo con las explosiones de carácter que los sucesivos eventos van despertando. En cuanto al segundo, se trata de los límites hasta donde puede llegar la honestidad de cada cual. Y ambos elementos son temas peliagudos, por mucho que estés rodeado de seres humanos (no sabemos si quitar a alguno este calificativo) y tus actitudes se caractericen, por lo general, con la rectitud en valores.
Por lo que respecta a la soledad de Ana, llama la atención o destaca en la ausencia de apoyos familiares que resurgen cuando se les necesita, ayudas que al parecer, siguen existiendo en los países latinos occidentales y soportando la bancarrota de las economías. En la presente obra es cierto que en mayor parte parece debido a circunstancias sobrevenidas que se escapan de las manos, pero en cualquier caso, se vislumbra cierta tendencia a que, si los avatares hubieran sido diferentes, tampoco existiría esa ayuda ni se la esperaría. En el aquí y ahora de Ana, ni padres, ni hijos, ni pareja, y cuidado con los consejos de los amigos. De la soledad al trabajo, y del trabajo a la soledad, y a volver a girar la rueda.
Con mínimas explicaciones, otro acierto del filme, nos enteramos, entre otras vicisitudes, que Ana posee estudios, pero ello no le ha servido de mucho más que para subsistir fregando platos, en la limpieza de pisos ajenos o planchando ropa de caprichosas actrices. Y lamentablemente, las satisfacciones o evasiones que le hacen no pararse y continuar en la batalla ningunas son personales. Cuidar a la abuela muy delicada de salud y dar una educación especial a ese hijo en el intento de que se abra alguna luz en el mundo oscuro en el que habita, son sus únicas motivaciones. Y no hay más, no las busquen. Y sobre los límites de cada uno, cuidado en dónde colocamos las barreras de nuestra propia honestidad, honor u orgullo, que puede volverse en contra y atacarnos ferozmente, ni siquiera con necesidad de acudir al recurso de la Ley de Murphy.
Nos enfrentamos ante una de esas obras que llamamos necesarias, en búsqueda, o al menos eso detectamos, de retratar una realidad a través de la ficción y ya de paso, si es posible, despertar conciencias. En un momento determinado, ha sido inevitable que recordáramos el imprescindible largometraje de Gregory Nava, El Norte (1983); lamentablemente, a pesar de las décadas transcurridas, continúa de permanente actualidad, en ese trágico viaje al que se vieron forzados a recurrir dos hermanos guatemaltecos y en especial, el tránsito por un túnel fronterizo entre México y Estados Unidos que aterroriza en esa apariencia de unión del tiempo real y diegético.
Son malos momentos para la lírica, ya lo sabemos, y en este largometraje no nos escapamos de ciertos individuos inmundos, mafias indeseables o funcionarios adocenados. Con una escena previa al final un tanto precipitada y algo descuidada en su montaje, la directora termina desembocando en un último capítulo, que, seamos precisos, nos parece en realidad un dejarse llevar y ya saldrá el sol por Antequera, como se dice en nuestras latitudes, o por donde mejor le venga. De momento, ya se tiene bastante con un instante, un asomo de ilusión que nos detiene y nos deja en la ensoñación por la incertidumbre. Es una bella forma de acabar la película, pero no nos dejamos engañar por ilusas apariencias. Las circunstancias son las que son y con ellas deberemos afrontar el futuro.
Tráiler:
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