Fábula intemporal

La directora italiana, Alice Rohrwacher, nos sitúa, con su último filme, en una época indefinida pero reconocible, en un territorio que tampoco se nombra pero también se identifica. Por determinados elementos que aparecen, diálogos que escuchamos y atrezo utilizado averiguamos que el año 1977 ya se superó con creces. Y si buceamos un poco en la historia y legislación italiana, podemos toparnos con la circunstancia de que el régimen de servidumbre, la abolición de la aparcería se produjo en 1982. Y ello, mediante su transformación en contratos que procuraban paridad en derechos y deberes entre propietarios de tierras y los explotados aparceros que se ocupaban de ellas. Para refrescar la memoria, no está de más incidir en que la servidumbre consistía en un contrato en que un ser humano denominado siervo, quedaba sujeto al servicio de su señor. El primero debía trabajar las propiedades del segundo. La única contraprestación consistía en la obtención por parte de los campesinos de algunos de los frutos que obtenían por su trabajo. Dichos beneficios apenas alcanzaban para la propia supervivencia y debían acatar órdenes y caprichos de los terratenientes. En definitiva, un régimen asimilable al de esclavitud.
En Lazzaro feliz nos encontramos probablemente en los años noventa del siglo pasado, aunque dicho elemento aparezca finalmente como anecdótico. La grandeza del largometraje es su intemporalidad, su capacidad para narrar una fábula en un tono que brilla por su realismo mágico y poder colocarla en el momento que nos apetezca y en las localizaciones que nos plazcan. En cualquier caso, la realizadora Alice Rohrwacher, al parecer, se ha decidido por la década ya citada para su arranque. Y lo que observamos es un grupo humano analfabeto, servil y temeroso; un conjunto de seres que viven para trabajar y que trabajan para vivir. Y ahí se redondea su existencia en un lugar denominado La Inviolata. Supervivencia por trabajo y viceversa. Además, en esa ignorante realidad, la lucha no existe, el vocablo ni siquiera tiene cabida en sus mentes. La falta de cualquier asomo de duda para rendir pleitesía a sus patrones no es siquiera concebible. Un dueño que los maneja a pura conveniencia, y cuya inviolabilidad no es posible atacar ni como mera conjetura. Acaso, no más desagradable que las prebendas que siguen manteniendo ciertos dignatarios actuales en regímenes monárquicos que se proclaman sin sonrojo alguno democráticos y de derecho.

La directora italiana se decide por elegir como dueña y señora de aquellas tierras a un personaje perteneciente a la nobleza, concretamente a la marquesa Alfonsina de Luna. Una mujer tirana, intocable e incluso filósofa. Hasta le ha salido un retoño, Tancredi, un tanto rebelde, al no aceptar de buen grado la explotación en la que se ve envuelto. Sí, han leído bien, bautizado con el mismo nombre del líder de la Primera Cruzada.
Lo comentado en el párrafo anterior corresponde al inicio. Pero la directora Rohrwacher se toma su tiempo para que asimilemos las imágenes que visionamos en toda su plenitud, huyendo de la cámara digital y rodando en super 16. Para qué correr, cuando se pretende dejar de lado nuestro acelerado mundo y adentrarse en universos delirantes pero tangibles, en historias de resurrecciones o en fastasmagóricos reencuentros. Hay que dejarse llevar para entrar en el filme, pero una vez que uno se abandona por la locura y la inocencia, las escenas se suceden sorprendiendo gratamente, sin dejar de moldear en ningún momento dolor y conmoción.

Estamos ante una película que precisa de un ejercicio por parte del espectador para involucrarse en reflexiones que abordan la vida y la muerte y que no esconden la intensa pasión que se siente por el cine. Hablamos de un arte capaz de captar todo sentimiento desde la perspectiva que a su autor le parezca o le apetezca más entrañable. También creemos que el paquete para disfrutar del filme debe conllevar un inmenso amor y respeto por la naturaleza, además de una plena conciencia acerca de la malignidad humana. Lazzaro es bueno. Sí, nuestro protagonista posee un carácter bondadoso, trabajador, honrado, crédulo y servicial. Y de él se aprovechan reyes, “reinonas”, aprendices a dichos cargos, canallas, alimañas y demás especímenes que se encuentra por el camino. Lazzaro es diferente, y para reconocer esa distinción, no sirven los olores humanoides. Como en el incidente del personaje de Betania en el Nuevo Testamento, concretamente en el Evangelio de San Juan, nuestro Lazzaro también resucita. Y su vuelta al mundo no es necesariamente bien celebrada. Bueno, tampoco consiguió unanimidad de seguidores y entusiastas el malabarismo bíblico operado por Jesucristo en la tumba del hermano de Marta y María.

La directora de Lazzaro feliz, Alice Rohrwacher, también es la responsable del guion de la obra. Un lujo en el que experimentamos sensaciones que nos rememoran momentos tan alejados como el Plácido de Luis García Berlanga (1961) o las novelas de Gabriel García Márquez. Un inolvidable viaje, no solo físico, en donde conviven comedia y tragedia, el sainete y el delirio junto con declives económicos. No faltan explotadores bancarios o de mayor calado. También supervivientes desde la ignominia que se acercan a caracteres repulsivos. Durante 125 minutos, nos enfrentamos a una inspección de cierto grupo humano en forma pausada. ¿Y qué concluimos? Pues si nos olvidamos de Lazzaro, únicamente se vislumbran seres egoístas, ladrones, analfabetos, incultos, ignorantes y poseedores también de otras tantas depravaciones rastreras.
Estamos ante una película extravagante y valiente que por personal y única, merece una visión atenta, además de cómplice. Honestidad, putrefacción y desesperanza se suceden y van mostrando sus diferentes caras. Y si incluso coinciden en la sala de cine con el ruido de las goteras que van desprendiéndose desde el techo a los cubos situados en el suelo para su recogida, producto de las tormentas que arrecian en el exterior, la experiencia puede terminar resultando alucinante.
Tráiler:
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