Integridad y valentía
La última película del realizador estadounidense Steven Spielberg nos ha resultado muy emocionante por dos razones principales. La primera, tiene que ver con la lucha por la libertad de expresión; en cuanto a la segunda, nos referimos a la opacidad en que ha vivido el género femenino durante tantos siglos, y lo que ha conllevado de lucha por huecos de visibilidad. Lamentablemente, dicha emoción no lleva a la algarabía, sino, por el contrario, a una decepción intensa. El filme de Spielberg se sitúa en el año 1971 en Estados Unidos. Su trama está centrada en la batalla de la prensa por el reconocimiento de la libertad de publicación. Y agárrense: a pesar de basarse en hechos reales, una mujer se encuentra en el eje central de la toma de decisiones. Tristes y abatidos nos sentimos, cuando comparamos dicho panorama, que no era precisamente libre e igualitario, pero en esa guerra se estaba, con la situación actual. Cuarenta y siete años después, casi medio siglo, y los avances en el asunto de la libertad no han sido tales; y si nos metemos en el de la igualdad de géneros, prácticamente irrisorios y transformados en pura fachada.
Centrándonos en el primer punto de interés, el de la libertad de expresión, resulta muy triste contemplar el lamentable espectáculo actual, tanto el de la prensa, que en general (salvo muy contadas excepciones), lo único que le interesa es continuar colaborando con los poderes fácticos y de paso, seguir recibiendo subvenciones y prebendas varias. Y si hablamos de la facultad de expresión libre de forma individual, no es necesario recordar, o casi que sí, que más de una persona, muchas más, profesionales de la información o seres anónimos, han sido condenados penalmente por nuestros excelsos tribunales. ¿Y cuál es el delito? Pues expresar públicamente opiniones, más o menos incisivas, irónicas, agresivas, de mejor o peor gusto, pero cuya música no resultaba agradable a oídos gobernantes.
Los hechos narrados en el largometraje de Steven Spielberg ocurrieron en Estados Unidos a principios de los setenta del siglo pasado, como ya hemos dicho, cuando se filtraron documentos del Pentágono confidenciales, acerca de la Guerra del Vietnam y se inventaron falacias varias que calaran en la opinión pública para sostener semejante disparate sangriento. ¿Qué debe primar, la seguridad del Estado o la libertad de la prensa en dar a conocer determinados acontecimientos? ¿Quién es el Estado? ¿Gobernantes o gobernados?¿Y quiénes, en concreto, conforman los gobernantes?¿Nos referimos al jefe de Estado?¿Y qué pasa con la separación de poderes? Suponiendo que esta última exista, ¿por qué debe prevalecer la protección de uno de los poderes sobre los otros dos? Con el uso y la deformación del sistema, la acumulación de fuerzas en una misma figura puede terminar derivando en una vulgar dictadura, aunque se le bautice con preciosos nombres como República, Democracia o Igualdad.
La puesta en escena de la obra es otro ejemplo de la maestría de su director en la creación fílmica. Fotografía, el tono elegido acorde con la época, el cuidado con el encuadre, la intriga, las interpretaciones…; todo ello está reflejado con destreza y naturalidad. No obstante, para los que no estén introducidos en la historia política norteamericana, los primeros instantes del filme pueden resultar un tanto farragosos. Hasta que se centran personajes, sus circunstancias y particularidades, pasan unos cuantos minutos. Pero una vez que se sitúa a cada cuál en el lugar que le corresponde, la película se engrandece hasta llegar a considerarse como necesaria en evocación de un pasado que no puede enterrarse.
El largometraje, en su inicio, recuerda muchísimo a las imágenes del filme de Spielberg Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), por cierto, obra que cuenta también con la presencia de Tom Hanks como protagonista. En este caso, en Los archivos del Pentágono, consisten en unas escenas que se desarrollan en el propio Vietnam, al objeto de que no nos olvidemos ni por un momento de horrores bélicos. Tras ese arranque, nos movemos entre aristocracias políticas y periodísticas estadounidenses, en su propio país, con sedes en las ciudades de Washington y Nueva York. Solo algunos instantes se dedican a seguir con condescendencia a algún becario, reportero anónimo o individuos que hipotecaron su futuro en aras de la veracidad.
De periodistas va la película, y muchos de ellos hemos visto ya en el cine. No falta en esta última obra del realizador estadounidense esa visión de director de redacción o del medio, ambicioso, obcecado en alcanzar, caiga quien caiga, el éxito en su carrera profesional; también se refleja la competencia existente entre los diversos periódicos, a la búsqueda de las noticias más sabrosas, siempre antes que sus rivales, vigilados de cerca y hasta desde dentro. Además, igualmente se repasa los problemas que originan la propia rentabilidad del negocio y el mantenimiento del prestigio ya alcanzado. En realidad, el título original del filme The Post, alude directamente al periódico The Washington Post, y la encrucijada en la que se encontró, cuando tuvo que decidir si apoyaba a la libertad de expresión o al gobierno, en su encubrimiento masivo de secretos oficiales a lo largo de cuatro presidencias. Sin dudar, podemos colocar a este filme a la altura de otras obras sobre la temática, como Primera plana (The Front Page de Billy Wilder, 1974), Más allá de la duda (Beyond a Reasonable Doubt de Fritz Lang, 1956) o Ejecución inminente (True Crime de Clint Eastwood, 1999).
Ya que hemos señalado el tema de los secretos oficiales, nos gustaría dedicar un pequeño espacio a la regulación sobre su desclasificación. Si bien en países de nuestro entorno existen normas que establecen plazos y mecanismos transparentes para ello, más o menos largos según alcance la sensibilidad de su contenido, en España no sucede tal cosa. Nuestro país, como en muchos otros aspectos, también va a la cola de este derecho básico. Un episodio que se hace secreto en nuestro territorio, puede permanecer así para siempre. La legislación española sobre secretos oficiales viene de 1968, ligeramente modificada diez años después. La potestad para clasificar documentos la otorga al Consejo de Ministros y a un organismo del Ejército que ya no existe como tal, a la Junta de Jefes de Estado Mayor. Pero lo más lamentable es la inexistencia de plazo alguno para permanecer en el desconocimiento público. Y por si algún resquicio quedaba, en 2010, el Consejo de Ministros, intentando pasar desapercibido, acordó el blindaje más absoluto de cualquier información de transcendencia. Ello significa, por ejemplo, que los archivos históricos del Ministerio de Defensa o de Asuntos Exteriores son desconocidos desde 1930. Un ataque más al supuesto estado democrático, que intentan vendernos los políticos como alcanzado. Es imposible que la falta de acceso a la información de nuestra propia historia genere una construcción consciente y crítica del futuro. Precisamente, en Los archivos del Pentágono se alega por los gobernantes idénticos motivos que los esgrimidos por los dirigentes españoles para no permitir el conocimiento: la seguridad nacional y el daño que podría producirse en relaciones diplomáticas y a terceros. Burdas excusas contra un derecho fundamental, que es cumplido por otros países con pasados bastante más comprometidos que el nuestro. ¿Les gustaría saber quién fue el “Elefante Blanco” en el 23-F? ¿O profundizar en la relación del emérito Juan Carlos con el general Armada?¿O enterarse de cuántos Gobernadores Militares tuvieron que posicionarse para que nuestro soberano de entonces se decidiera a dar la cara? Pues eso.
Por último, queremos destacar la magistral interpretación de Meryl Streep. Encara a una mujer que debe tomar los mandos de un gigante empresarial, inesperadamente, sin preparación alguna y en circunstancias fatales. Y ello en un planeta en donde las féminas, aunque existían, eran invisibles a ojos masculinos, en labores que no coincidieran con el cuidado del hogar o de los hijos. La actriz, actuando como Katherine Graham, primera mujer editora del Post, explota una imagen valiente, consciente de sus limitaciones pero que sabe actuar con prudencia e inteligencia.
La última película de Steven Spielberg, en definitiva, nos ha dejado un excelente recuerdo, con reflexiones muy agudas sobre la libertad, integridad y honestidad. El ritmo ágil que atesora, la tensión creciente y la emoción de su contenido no debe dejar indiferente.
Tráiler:
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