La oportunidad

El realizador mexicano Ernesto Contreras sorprendió muy gratamente en su debut en la dirección de largometrajes con Párpados azules. Estamos ante una obra enigmática, atrayente y además, no contiene complacencia alguna. En el momento de su estreno, su recorrido por diversos festivales le reportaron numerosos premios. Hablamos de certámenes como Cannes, San Sebastián o Sundance. Con una sobria puesta en escena, nos presenta el retrato de unos personajes, de tres concretamente, cuyas personalidades y carencias se dibujan con maestría. Para ello se trazan mínimas pinceladas, se juega con planos estáticos, y además, con una cámara muy sosegada. Con dichos elementos, se llega a conformar un filme muy bello y desgarrador, pero sin abandonarse a la pérdida y al desconsuelo.
Lulita, interpretada por Ana Ofelia Murguía, es una señora, ya anciana, que ha conseguido con esfuerzos que conectan con su juventud, fundar y desarrollar un negocio de uniformes para profesionales. Nos referimos a vestimentas de camareros, enfermeros, empleados de hogar o incluso bomberos. Como única dedicación vital, su negocio funciona con éxito. Un saber empresarial que ha sabido mantener durante décadas. Muchas mujeres y hombres contratados por ella le avalan. Parece que Doña Lulita ama a los pájaros, aquellas aves que trinan sin cesar en su jardín, encerradas en jaulas. Y además de triunfar en su trabajo, lo que le ha permitido alcanzar una situación pecuniaria muy holgada, también sabe premiar a los trabajadores. ¿Cuáles son esas prebendas? Pues por lo que nos muestra el realizador, al menos se compone de un sorteo anual para un viaje de dos personas entre todos los empleados. Pero cuidado, no se trata de un viaje cualquiera, no señor. Se trata de una aventura a un lugar costero, concretamente Playa Salamandra, durante nada más ni nada menos que diez días completos, todo incluido. Desayunos, comidas, cenas, expediciones y hasta la posibilidad de divisar delfines. Un lujo. Y la fortuna de ese año le corresponde precisamente a otra de nuestras protagonistas, a Marina.

En realidad, estamos ante un relato intemporal. Podría situarse en cualquier época dentro del siglo XX, aunque siempre anterior a la proliferación del mundo tecnológico, léase ordenadores o aparatos móviles. En ese tiempo de nadie, Marina, nuestra agraciada, no reacciona en apariencia con el suculento premio que el azar ha querido depositar en sus manos. Ni gritos ni lloros. Tampoco es una mujer que quiera o sepa mostrar sus sentimientos. Excelentemente interpretada por Cecilia Suárez, la sonrisa no la conoce, la soledad le persigue y la rutina llena su existencia. Sin compañía y con un trabajo repetitivo (tampoco se nos ofrecen demasiadas pistas sobre el mismo). También sin contar apenas con recuerdos del pasado que puedan consolarle en los momentos más pesarosos. Pues bien, Marina, aún y todo, se empeña en buscar a una o a un acompañante para ese viaje a la felicidad, para esa oportunidad que no debe dejar pasar. Y la vida no es que machaque a Marina, pero cuanto menos la golpea. Un tendero que le roba, una hermana que intenta manejarla y humillarla…En realidad, la existencia de esta joven no contiene ningún misterio y tampoco parece dirigirse hacia ninguna parte.

De forma paralela, empieza a combinarse la historia de Víctor. Lo interpreta el actor Enrique Arreola. Estamos ante un hombre cuyas características podrían replicarse con las de Marina. Solitario, sin amigos, melancólico y con un trabajo anodino. Pero Víctor, al menos, sí que recuerda ciertos aspectos del pasado. Son los vividos en la escuela, en la infancia o adolescencia. Aquellas experiencias y sucesos que ya pasaron, que ya no están, pero sirven a muchos para agarrarse y sustentar toda una vida. Amigos del colegio que hace años que no se ven, novias que fueron pero ya no, herencias que se han recibido pero que más vale no ser ávido en prodigalidad. El futuro no invita a excesos.
Marina y Víctor se encuentran. Y surge entre ellos una relación fría, absurda, extraña, sin nada en común. Solo silencios y alejamiento. Todo lo vamos a ver con calma, pero siempre con interés. Nos atraen las personalidades de Lulita, Víctor y Marina. Nos enganchamos con su devenir y jamás nos cansamos de lo que les sucede o deja de hacerlo. Sus retratos son concisos pero completos. Con cuatro fotogramas, para qué más. Vemos el lugar en el que vive cada uno, su situación de dependencia o aislamiento, sus pocas expectativas y su escepticismo por el mañana.

Ernesto Contreras, con habilidad, consigue engatusar al espectador sin grandes malabarismos de cámara, con una mirada austera, pero contando con enormes interpretaciones. Y con un guion que además de conmover, sorprende. También la banda sonora se escucha en los momentos en los que debe oírse. La extraña relación contra natura entre Marina y Víctor, va desarrollándose con un guión inteligente, fiel a las criaturas que ha creado y al contrario de estas últimas, jamás peca de desganado. Pero la vida sigue en libertad o en jaulas. Y cada una o uno se agarra a lo que puede o se desprende de lo que le sobra. Y eso le sucede a nuestros personajes. Trampas u oportunidades que otorga la existencia que se sostienen con brío o por el contrario, pasan volando. También biografías edulcoradas, que quizás se alargan hasta donde no deberían. Ya aburrieron hace mucho tiempo.
Estamos ante una gran película, que hace vibrar con pocos recursos. Una delicia que se saborea, se siente, se padece con sus protagonistas. Nos implicamos con las vicisitudes de esa relación de contrarios, con demasiadas cosas en común. Y soñamos junto con ellos por esa oportunidad de pisar Playa Salamandra, ya sea para bailar, descansar o broncearse. Nunca se sabe. Ah!, también para beber margaritas. Y todo pagado. Un discurrir como el día a día, sin tregua. También sin sonrisas ni alegrías. Es difícil saborear la libertad cuando no se está acostumbrado. Resulta una tarea realmente ardua que en demasiadas ocasiones acaba en el fracaso.
Tráiler:
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