Redonda
La directora británica Sally Potter se encuentra entre los realizadores que gozan de nuestra máxima atención cada vez que aborda una nueva propuesta. No en vano, consiguió que disfrutáramos con su adaptación de Orlando (1992), de Virginia Woolf, tarea ardua en la plasmación cinematográfica de aquel viaje en el tiempo a lo largo de cuatrocientos años, primero como hombre y posteriormente como mujer. También recordamos con cariño su filme La lección de tango, protagonizada por ella misma y por Pablo Verón, de carácter semiautobiográfico (The Tango Lesson, 1997). En esta ocasión, con The Party, consigue elaborar una obra genial, irónica, divertida, cínica, actual y madura. Podríamos seguir con los calificativos, pero de momento ya es suficiente.
Sally Potter ha culminado un largometraje magnético. En realidad, podría tratarse de una obra de teatro, desarrollada en tiempo real, excepto por la circunstancia, en lo que se refiere a esto último, de que empieza por su final. Dicho inicio consiste en una rápida imagen que al término de la película se redondea, dibujando un círculo que hemos disfrutado enormemente. El filme, además, está rodado en un impactante blanco y negro, deslumbrante por la nitidez que alcanza.
Una mujer, Janet, recién elegida ministra de Sanidad en un Gobierno de la oposición en Gran Bretaña, se dispone a celebrar el nombramiento junto con sus seres más cercanos, entre ellos su marido, amigos y colaboradores más íntimos. Para la ocasión, Janet reúne en su domicilio a un grupo reducido de personas, 7+1 concretamente. Potter nos introduce en la casa de la agraciada y de su cónyuge, y ya nos damos cuenta de que este último ha alcanzado, antes de la llegada de los invitados a cenar, una cogorza considerable. Mientras tanto, escucha música, primero de jazz (luego, vendrán otros géneros). Sucesivamente van llegando por goteo los “agraciados” con la velada. Vamos acercándonos a caracteres diversos y muy marcados, exagerados de forma muy consciente en sus miserias, y algunas (pocas), virtudes. Nos enfrentamos ante una búsqueda de caracterización de tipos, que casi nos ha hecho viajar al Siglo de Oro de las letras castellanas (con perdón por el salto de tiempo, de espacio y expresivo).
Dentro del circo que llega a conformarse, conocemos a Janet, una mujer madura, introducida ya en la región del puro cinismo, de las envidias e insatisfecha con su marido; también con un gurú de la felicidad, siempre con la frase inoportuna de coletilla; con una amiga íntima desde tiempos escolares, que debe recibir a su pareja con noticias, no sabemos si buenas o casi espeluznantes; y falta la última o penúltima pieza de este juego macabro, un pijo bien vestido, por supuesto, dandi, guapo, experto o vividor del mundo de las finanzas, muy alejado por tanto del universo intelectual y progresista, al menos para la galería, del resto del elenco.
Pues ahí estamos, en una reunión que denominamos “fiesta”, pero que destila desde el principio indicios claros de que el jolgorio no va a ser exactamente el esperado. Las sospechas van confirmándose y un cúmulo de despropósitos y confesiones a destiempo configuran insólitos y peregrinos trances. Magnífica película, que por desbaratada y desbordante lleva a la carcajada continua. Y no estamos ante una comedia, no, es algo diferente a lo que nos enfrentamos con las lúcidas e inteligentes dosis de astucia que utiliza Sally Potter. La realizadora británica consigue lo que casi habíamos olvidado desde los clásicos hollywoodienses: que nos riéramos del patetismo ajeno, reconociéndolo al mismo tiempo como propio.
Navegamos con intelectualidades desfasadas, ilusiones dejadas por el camino, el dinero que lo corrompe todo, el sexo ambivalente, opaco y que sigue moviendo voluntades y deseos, no importa la edad que rondemos. Hipocresías, lealtades, tópicos, muchos, pero que no aparecen como tales. Y esos son sus méritos. ¿Frente a qué estamos? Ya hemos dicho que no creemos encontrarnos con una comedia al uso. Nos inclinamos por el género dramático, rodeado de demasiado sentido del humor.
Los personajes están interpretados por grandes actrices y actores. Es suficiente con nombrar a algunos de ellos, como Patricia Clarkson, Thimothy Spall, Bruno Ganz, Emily Mortimer o Kristin Scott Thomas. Todos consiguen magníficas interpretaciones. Quizás dejaríamos un tanto al margen a Cillian Murphy, en su caracterización de Tom, el que hemos denominado el pijo. Le vemos demasiado exagerado, y en un filme como este, es desorbitar en exceso. No obstante, a nivel de explicación, dicha enfatización pueda tener su razón de ser en el desarrollo de la trama.
En realidad, ha sido un verdadero placer disfrutar de The Party, que solo necesita 71 minutos para que la consideremos una de las sorpresas más agradables de la temporada. Maravillosa tragicomedia (nos quedamos con ese género), que hace que lo que no es una adaptación teatral lo parezca. Su agudeza rememora a la literatura de David Lodge, poblada de ironía intelectual. También nos hemos acordado del cine del realizador canadiense Denys Arcand, y en especial de Las invasiones bárbaras (Les invasions barbares, 2003), con aquellos seres de ilusiones primarias ya casi olvidadas, aferrándose a sus parapetos intelectuales. Verán en The Party a sobrevivientes de diversa calaña, unos con esfuerzo, otros con hipocresía, la mayoría en combinación de registros tras el intento de llegar a algún lado.
Triunfo y muerte. En eso estamos. Y nadie asume el ¿por qué a mí? Pues porque sí. A todas y a todos llega, tarde o temprano. Cada fotograma de esta obra destila desencanto político y existencial y sin embargo, el espectador además de percibir la pérdida de ideales que sabe reflejar la autora, se divierte frente a las patéticas desilusiones y amargas realidades. Enfermedades, el futuro del feminismo, desconciertos de las izquierdas actuales, secretos que salen a flote…Crisis vitales que pueden explotar de la manera más inesperada. Maravillosa y ácida, Sally Potter consigue que nos agitemos con muchas sonrisas por ilusiones perdidas.
Tráiler:
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