Desdichada honestidad
Los directores búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov han vuelto a codirigir un largometraje, tras el éxito obtenido en su último filme, La Lección (Urok, 2014), en donde ya se ponían de manifiesto dilemas morales, en aquel caso los de una joven profesora que intenta enseñar decencia, mientras ella misma se encuentra en la encrucijada de recorrer el camino inverso. Precisamente, con esas dos palabra, El dilema, hubiéramos titulado este artículo si el filme Un minuto de gloria siguiera los pasos lógicos de reacción por la mayoría de seres humanos frente a los sucesos que acontecen en sus inicios. Pero no, el asunto no nos lleva por esos derroteros y ya desde las primeras escenas la decisión está tomada.
La anterior introducción viene a consecuencia de que el largometraje narra la historia (en parte verídica), de un funcionario búlgaro que trabaja desde hace décadas como empleado en el mantenimiento de las líneas ferroviarias. Dicho trabajador, Tsanko Petrov, entra en escena en un día cualquiera, caluroso, por cierto, mientras se afana en su rutina laboral diaria, en la vigilancia, control y ajuste de las vías de los trenes de la zona que le corresponde. En esos menesteres, se va topando con una cantidad inmensa de billetes, aproximadamente sobre un millón de leva. Y curiosamente, aunque al importe exacto no se le da importancia alguna en el filme, el montante en más o menos sí que es influyente, al menos con los vacilantes pasos que vamos siguiendo de Tsanko. El incidente se resuelve, sin demasiadas cavilaciones, con la decisión del protagonista de entregar el dinero a las autoridades. ¿Nos encontramos ante un héroe, ante un imbécil, una persona honesta, quizá un iluso?
El largometraje, de una manera inteligente, va desarrollando de forma paralela la historia de dos personajes, la de Tsanko y la de un alto cargo en relaciones públicas del Ministerio de Transportes, una mujer llamada Julia Staikova. Ambas narraciones tienen sus momentos de conexión, ya físico, ya vía telefónica, mientras no se pierde la ocasión de ir mostrando el estado de corrupción de un país que es miembro de la gloriosa Unión Europea, al parecer encantada de haberse conocido a sí misma, pero sin ganas de que su particular club privado se amplíe con otros seres cuya protección amparan normas internacionales. De corrupción estábamos hablando, y no precisamente de casos diseminados. Pero claro, desde España, nada de ello nos puede sorprender en ningún caso.
El filme se va desarrollando con un ritmo muy adecuado a sus circunstancias, con una cámara nerviosa, situaciones muy irónicas que afortunadamente no parecen buscar el grado cómico, sino subrayar la sátira con un tono corrosivo que llega a apabullar. Y ello por la soberbia que desprenden aquellos personajes políticos que además de cobrar y aprovecharse de nuestros impuestos en diferentes grados de alegalidad o ilegalidad, intentan obligar a la ciudadanía a comportarse como meras marionetas a su servicio; y si llega la protesta, no hay límites para conseguir sus fines. Los medios no importan: si toca doblegarse, se hace, y si hay que apalear, tampoco se tiene reparo alguno.
La película está sustentada en un guion sólido, que llega a aunar vida y muerte con eficacia, y sí, cuando la vean se darán cuenta que estamos comparando embriones humanos con conejos. ¿Cuál de los dos es el ser vivo, el que ya respira, el que merece tener su dosis de hidratación en plena ola de calor, o por el contrario, el que es un simple proyecto a desarrollar? Los acontecimientos, barreras y desprecios, por no seguir con iniquidades que se vuelcan sobre el honesto protagonista, van derivando en una congoja, que particularmente nos resultó de gran impacto. Por fortuna, no se cae en el maniqueísmo de buenos y malos y como buena muestra de ello, baste la escena final.
En este momento de la historia en que ya se nos ha olvidado poner en práctica la división de poderes que concibió Montesquieu, y los que juzgan, los jueces, los eligen directamente los delincuentes políticos de primer grado, no hay más salida que recurrir a otras vías para la búsqueda y persecución de la corrupción, y una de ellas es la del periodismo de investigación. En la obra de los búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov que estamos analizando, el argumento incide decisivamente en este último asunto, mientras al desventurado Tsanko le van golpeando y aprovechándose de su inocencia por todos los lados. Está interpretado por Stefan Denolyubov, y consigue construir un personaje que nos despierta verdadero aprecio, alcanzando con su solo semblante reflejar el sentimiento de impotencia que le invade. Y creemos que sobra el recurso a una tartamudez que no aporta nada a la situación ni a sus consecuencias. No era necesario para que el resto de humanos lo consideren, cuanto menos, majadero o lerdo.
La película va ganando peso conforme el patetismo la va invadiendo. En un primer momento el azar del inicio nos ha recordado a La comunidad de Álex de la Iglesia (2000), con esa enloquecida colectividad de vecinos, protagonizada por Carmen Maura y su maletín de trescientos millones de pesetas; tras su evolución, lo único que sigue encadenando a las dos obras es el humor negro utilizado para su desarrollo, así como el estremecimiento que consiguen. Por otra parte, ya puestos a recordar otras películas, hablemos de la experta en relaciones públicas del Ministerio, Julia, también con una excelente interpretación de la actriz Margita Gosheva que borda la forma de expresión, movimiento y reacción que podría esperarse de tan excelente profesional en espantar nubarrones. Pues bien, de esta señora que se comporta con los ciudadanos como si fueran invisibles, que trata a su marido como su chofer particular y que atiende con prestancia y diligencia los requerimientos de su jefe, nos ha venido la relación con el título de la película de Fernando Fernán Gómez, ¡Bruja más que bruja! (1977).
Nos preguntamos si la cantidad de dinero encontrado se considera legalmente como un tesoro o no. En el primer caso, según nuestro antiquísimo pero eficiente Código Civil, la mitad de su importe debería haberse adjudicado a su descubridor; en caso contrario, si se trata de un simple bien mueble y no se conoce a su poseedor, se deberá entregar al alcalde, que tras los correspondientes anuncios, si a los dos años no se hubiese presentado el dueño, deberá asignar lo encontrado a quien lo hubiese hallado. Desde luego, en este último supuesto imaginamos que se destaparían unos cuantos pretendientes. Y aún en caso de aparición y superar demás trámites para probar la propiedad por un tercero, a Tsanko le hubieran tenido que recompensar con la vigésima parte del valor de lo encontrado (nos tememos que en la película búlgara los propietarios no estarán muy interesados en darse a conocer).
Por último, acabar señalando otro acierto del filme, y lo destacamos por no ser lo habitual en estos casos. Nos referimos a la traducción al castellano del título original, que con imaginación, no abandona el origen de su denominación y le añade un elemento que lo relaciona directamente con ese objeto que llegará a provocar verdaderos cataclismos en las vidas de nuestros personajes: el venerado reloj.
Tráiler:
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