YORGOS LANTHIMOS

Ese mundo inquietante

Yorgos Lanthimos. Foto 1

Yorgos Lanthimos, realizador griego nacido en Atenas en 1973, nos está dejando un universo cinematográfico realmente escalofriante, surrealista y original. Con cuatro  largometrajes reconocidos oficialmente como propios, el ideario mostrado nos lleva desde la primera reacción de estupefacción, hasta la reflexión más profunda sobre determinados aspectos de las sociedades actuales. Esos cuatro filmes estrenados hasta la fecha son Kinetta (2005), Canino (Kynodontas, 2009), Alps (Alpeis, 2011) o la última, Langosta (The Lobster, 2015). Son películas absolutamente turbadoras, ya en la recreación de escenas criminales, o con la suplencia a muertos en la vida diaria de las personas que acaban de sufrir sus pérdidas; también encerrando a una familia en su vivienda en seguimiento de insólitas reglas establecidas por los progenitores, y por último, en la creación de una sociedad que obliga a los individuos a vivir en pareja obligatoriamente, no importa el sexo.  Para esto último, los aloja en un hotel de lujo, con la amenaza de que, en caso de no conseguirse, serán transformados en animales. Temáticas centradas en microcosmos o comunidades más grandes, con normas absurdas, que rigen de forma impositiva y disparatada, tanto en los regímenes aceptados por la generalidad como en sus antítesis revolucionarias. Una mirada que se detiene en la restricción de libertades individuales e imposición de una globalización adocenada. Estamos ante una de las reflexiones más agudas e inquietante sobre el mundo contemporáneo, que no puede dejar indiferente.

Yorgos Lanthimos. Foto 2

Queremos aclarar desde el inicio de este artículo que, a pesar de nuestros intentos, nos ha sido imposible por el momento la visión de la primera obra, de Kinetta, que no ha tenido distribución en nuestro país, al menos a nuestro alcance. Por lo que nos  hemos documentado sobre ella, no parece que apunte hacia un camino distinto al seguido por los posteriores largometrajes, aunque con una puesta formal un tanto más descuidada. Esperamos poder tener acceso a la misma en próximas fechas, y compartir las impresiones que nos produzca con todos ustedes.

Lo primero en lo que pretendemos centrarnos, y nos llama poderosamente la atención, es la forma de dirección de las actrices y actores. En todos sus filmes, los intérpretes parecen moverse como meras marionetas, mecánicamente, sin dejar asomar ningún sentimiento. Son actuaciones que se visualizan muy frías, calculadoras, con conversaciones que parecen carecer de espontaneidad, silencios acusados, o diálogos recitados de memoria, tras una larga preparación. La ausencia de naturalidad se junta con la soledad que acompaña a la mayoría de sus criaturas. No parece que el director griego apueste por la idea generalizada de que el hombre sea un animal social. En Langosta, resulta evidente la incomodidad que produce la compañía de otros seres, incrementado el asunto ante la obligatoriedad de la vida en pareja: el sexo, los paseos, el deporte, la alimentación, el baile, la cultura…; todo ello, mejor que se disfrute en solitario que en compañía. También en Alps sus protagonistas son seres aislados, que  casi siempre se encuentran con otros humanos por motivos económicos, en ningún caso altruistas, amistosas o familiares. Incluso en Canino, ese microcosmos creado por el progenitor, que lo que parece pretender es la protección de su entorno más íntimo de la realidad exterior, lo que termina germinando son individuos solitarios que reproducen lo peor de las sociedades, engullidos por sus estrictas y violentas reglas.

Yorgos Lanthimos. Foto 3

Otro de los elementos que nos llama la atención de Lanthimos es el panorama que exhibe sobre los sistemas políticos. En Canino, nos topamos con la reproducción en pequeño tamaño de un régimen totalitario, en donde sus habitantes deben seguir rígidas normas y son educados en un único ideario, fuera del cual solo puede encontrarse el terror, el peligro y la muerte. También la parodia de las dictaduras se muestra en Alps, a su peculiar manera, sin ni siquiera fantasear con poner en duda la autoridad del que manda, ese espécimen que se hace llamar Mont Blanc, como  metáfora evidente de su poderío. Por lo que respecta a Langosta, situada en una época indefinida, que se presiente muy cercana a la actual, se nos exhibe una distopía, con un régimen vigente totalitario, ausente de libertades, con reglas estrictas y absurdas que también conllevan penas por su violación, muy extremas y excesivas. Lo más triste de todo, o lo más alucinante, si nos permiten, es que este filme se divide en dos partes, y la segunda se mueve en la antítesis revolucionaria, en los que han decidido no someterse a las normas imperantes. Y, asómbrense, o quizás no: en este  segundo mundo las reglas son mucho más estrictas, absurdas e inhumanas. Si en la primera sociedad, la vigente, la perturbación que puede llegar a alcanzar el ser obligado a convivir con alguien se muestra inmensa, en el mundo de insurgentes la desmesura llega mucho más lejos, en el intento de alcanzar la antítesis de lo establecido: prohibiciones de relaciones de pareja, bailes que deben realizarse necesariamente en solitario, actitudes militares y castigos que alcanzan la barbarie.

En toda la filmografía de Lanthimos encontramos el reflejo de sociedades que eliminan derechos humanos básicos, como los de expresión o de movimiento. La educación en el pensamiento único la detectamos en cada uno de sus modelos de organización de la vida en común, ya sea con la preparación despótica que el progenitor vierte sobre sus hijos en Canino, en el ideario del grupo protagonista y la forma de ponerlo en práctica con Alps, o en los cursos de formación que se imparten en el balneario de lujo donde se encierra a los solteros en Langosta. Y hablando de dictaduras o totalitarismos, no podía faltar, por supuesto, sus cómplices, sin los cuales es imposible sostenerlos. Para ello, tenemos el papel de la madre en Canino, el de los empleados del hotel o los policías urbanos en Langosta, o los miembros del grupo retratado en Alps, en su mayor parte dispuestos a colaborar para que el programa siga adelante, cortando de plano cualquier inconveniente que se presente en el camino.

Yorgos Lanthimos. Foto 4

Capítulo aparte merece el personal panorama que el realizador griego nos enseña sobre la violencia. Se muestra omnipresente como arma represiva, no solo contra los  enemigos de la dictadura implantada en ese momento, sino también contra sus propios miembros, ante los que se llega a utilizar una crueldad ilimitada. No podemos olvidarnos de las palizas que utiliza el patriarca frente a sus hijos en Canino, ni el arrebato extremo, en este caso verbal, con que se inicia el filme Alps, a través de la reacción feroz del profesor de danza rítmica, o esa tostadora que se emplea para obligar a introducir la mano, en el largometraje Langosta. Violencia, física o verbal, que, lamentablemente, es mimetizada por las víctimas, que la interiorizan y reproducen igualmente, cuando la situación creen que es merecedora de ello. Tres ejemplos claros pueden ilustrar el tema: el primero, la actitud de David, del protagonista de Langosta, interpretado por Colin Farrell, con la mujer arpía o sin corazón; el segundo, las confrontaciones que se producen entre los tres hermanos en Canino; y en tercer lugar, en Alps, la ferocidad de las reacciones de los personajes del grupo protagonista entre ellos mismos, cuando aparecen conductas consideradas como desvíos del patrón  preestablecido.

Todo lo anterior, nos lo cuenta Yorgos Lanthimos mediante una fotografía oscura, de tonos fríos, con una cámara muy fija que no necesita de ningún malabarismo para apabullar con sus propuestas. También destaca la estructura cuadriculada del plano, y el recurso a la exhibición de la violencia física tanto dentro como fuera de campo.

Y volviendo a la temática, no queremos olvidarnos destacar la sexual, un elemento que aparece en un principio como secundario, pero que creemos que inquieta más de lo que asemeja al director. Ya sea utilizada como necesidad personal, o como ingreso extra en nuestra ocupación laboral, el mundo provocador del realizador vuelve a asomarse en este caso. Y deseamos recalcar el machismo extremo, por no meternos en otros berenjenales también aberrantes, imperante en Canino, a cuenta de la obligación de satisfacer las supuestas necesidades del hijo varón.

Yorgos Lanthimos. Foto 5

Encontramos influencias muy claras del realizador austriaco Michael Haneke en el universo cinematográfico de Yorgos Lanthimos. Ambos muestran la violencia (más  implícita en Haneke), buscan la inteligencia del espectador, esto es, que reflexione por sí mismo sobre lo que le están mostrando, y recorren los rincones más oscuros de la naturaleza humana. Así mismo, con los dos se produce la negación de conclusiones complacientes y la cámara fija prima como elemento característico de la puesta en escena. En cuanto a las temáticas, recorren mundos apocalípticos, comportamientos humanos en situaciones extraordinarias, universos sin libertad o en situación de marginación. Basta con citar, para dichas comparaciones, los filmes del austriaco Funny Games (1997), El séptimo continente (Der siebente Kontinent, 1989), o 71 fragmentos de una cronología del azar (71 Fragmente einer Chronologie des Zufalls, 1994). Y ya puestos a hablar de padres autoritarios, no nos olvidamos de La cinta blanca (Das weisse Band – Eine deutsche Kindergeschichte, 2009).

También nos acordamos del director estadounidense Paul Thomas Anderson cuando estamos visionando los filmes del realizador griego. Nos referimos a las tomas cuadriculadas de puesta en escena, los personajes complejos y la densidad en los conflictos. Ambos abordan las consecuencias de la violencia, sin límites en brutalidad o sexo. Pensamos, por ejemplo, en Sydney (1996),  Boogie Nights (1997), Magnolia (1999), Pozos de ambición (There Will Be Blood, 2007), The Master (2012) o Puro vicio (Inherent Vice, 2014).

Yorgos Lanthimos. Foto 6

En resumen, encontramos a Yorgos Lanthimos como uno de los realizadores más estremecedores del panorama cinematográfico actual, que con una personalidad única, casi rayando la ciencia ficción, recurre a la sátira, a la parodia y al humor negro para dejarnos recapacitar sobre la sociedad actual, y sobre lo que ha decidido que supone el éxito personal. Además, lo hace de forma provocadora y dejando una sensación de inquietud que desconcierta. Y no arrinconamos, claro que no, su exuberante imaginación, que es capaz de situar doradas en las piscinas de sus protagonistas (sí, nos referimos al pez marino de sabor muy apreciado), o dejar caer aviones de juguete en el propio jardín para dar verosimilitud a las aeronaves  reales.

Hablar de Yorgos Lanthimos, a pesar de los pocos largometrajes finalizados hasta la fecha, es introducirse en un mundo tenebroso, que lleva a meditaciones sobre multitud de asuntos que padecemos en las sociedades reales, algunos ya esbozados y otros no;  entre ellos, nos acordamos ahora de la falta de intimidad (cámaras ocultas que registran todos nuestros movimientos), la preparación para la supervivencia en condiciones inhóspitas y las ya mencionadas actitudes que se pueden adoptar ante los intentos de establecer pensamientos únicos y adocenamientos globales. Mucho  nos está dejando este realizador por el momento, y la expectación ante próximos proyectos es máxima. Al parecer, en la actualidad está ocupado en la realización del largometraje The Killing of a Sacred Deer, una coproducción internacional protagonizada por Colin Farrell, Nicole Kidman y Alicia Silverstone, de la que su actor protagonista ha comentado que hará de Langosta una película de niños. Quedamos a la espera con impaciencia.

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